jueves, 3 de mayo de 2018

9924 - Pink Floyd - 1979 - The Wall



CANAL 11 LE ABRIO UNA PUERTA A THE WALL

Un pequeño problema que se pre­senta á los traductores de La tierra baldía, de T.S. Eliot, tiéne imprevisibles derivaciones filosóficas. Cuando Eliot escribe Abril es el mes más cruel, se.. refiere al comienzo de la primavera en el Hemisferio Norte; es decir, contraría lo que es un sentimiento vulgar (que la primavera es la estación de la vida, etcétera) y" atrapa al lector -anglo­sajón-con ese primer desajuste. 
Pero cuando los traductores argenti­nos escriben “Abril es el mes más cruel”, logran un verso que bien po­dría pertenecer a la poetisa Julia Prilutzky Farny y halagar a su público (Abril-otoño-hojas muertas, etcétera). Es decir, logran un verso por el que T.S. Eliot jamás habría entrado a la historia de la literatura. 
No son los traductores, argentinos los únicos equivocados: algunos flori­cultores y horticultores portugueses de la zona de Villa Elisa, próxima a la ciudad de La Plata, han perdido cose­chas enteras de tulipanes, crisantemos y zapallos Angola por no saber leer correctamente las instrucciones impre­sas en los paquetes de semilla. Donde decía Seed in the early April, por ejem­plo, entendieron “Sembrar en los pri­meros días de abril”, cuando la traduc­ción correcta era “...en los primeros días de octubre". . 
En pequeños desajustes como éstos es muy rica la historia nacional. Nunca costaron más que una generación pri­vada de leer a T.S. Eliot o que una malograda cosecha de tulipanes. Sin embargo, una imprevisible derivación filosófica aparece sí convertimos esta cuestión de Eliot y los tulipanes de Villa Elisa en la metáfora de algunos grandes desatinos. ¿No fue un desati­no, acaso, haber traducido ciertas iz­quierdas del Hemisferio Norte como izquierdas? ¿No fue un desatino haber leído “textualmente" ciertas derechas del llamado Tercer Mundo como dere­chas? 
Los ejemplos del caso los pone el lector, Y si no coinciden con los que íntimamente elegiría el panoramista, demostrarán, por lo menos, que en este país donde “las cosas están claras" quedan aún muchas cosas por aclarar. 



The Wall: la tapia, la pared y el Muro 

Anoche fue emitido por Canal 11, en horario central, el filme Pink Floyd The Wall, de Alan Parker, filme que los jóvenes de distintas latitudes cono­cen desde 1982. 
Tal vez la elección del flamante Teléfé (que etimológicamente significa­ría “creer a distancia”) se deba a la feroz competencia entablada con el 13 para captar televidentes. Tal vez se de­ba al comprobado éxito de taquilla que han tenido y tienen en Buenos Aires las películas “contestatarias". O tal vez se deba a la ambigüedad e indefinición ideológica del filme de Parker, que lo torna potable para la televisión argenti­na (tal como ocurre con La naranja mecánica, de Kubrick). Lá cuarta de las razones, dejemos que la ponga Telefé, y que se acoja al beneficio de la duda. 
Como se sabe, la idea y el guión de The Wall pertenecen a Roger Waters, líder del grupo de rock Pink Floyd. 
Como, también se sabe, el papel de Pink -protagónico- estuvo a cargo de Bob Geldorf, y los dibujos animados -excelentes- a cargo de Gerald Scarle. Como seguramente no se sabe, gran parte de esos dibujos animados fueron hechos por el artista argentino Rodolfo Azaro,’ fallecido en 1988 (lamentable­mente, a la hora de los créditos cayó en 1a "zona de exclusión"). 
La historia central narrada por The Wall es la de una pesadilla (o la de un , bad trip, como se dice en la jerga de la droga). Pink es un típico joven de la posguerra inglesa, huérfano de padre, sobreprotegido por su madre y acorralado por la sociedad. En su viaje imagi­nario descubre un gran Muro que sepa­ra el mundo propio del mundo de los otros, una especie de cárcel ambulante que cada uno ha ayudado a construir (“A fin de cuentas, todo fue un ladrillo más en la pared", se canta en un pasaje). 
Hasta el momento de la crisis, ha ensayado el amor filial, el recuerdo honroso de su padre muerto en comba­te, el pacifismo, la meditación solita­ria, el sexo, la droga y el rock and roll Al llegar a la crisis, dirige la violencia contra sí mismo (se lastima, se mutila, 
se rasura) y contra la sociedad (lidera un grupo neonazi, llama a aplastar a los negros, los judíos, los ‘‘gusanos", et­cétera). En el final de la pesadilla, in­tenta detener a un ejército de martillos que ha creado, martillos que, lejos de romper el muro, rompen las cabezas de la gente. Por último, cuando Pink ha hecho de la locura su casa y escucha imaginariamente los cargos (“.Fue atrapado in fraganti mostrando senti­mientos”), ve estallar el muro en mil pedazos. Sobre las ruinas, unos niños juegan con agua y ladrillos.
Este suscinto “argumento" empo­brece el caudal de imágenes y sensa­ciones que aporta The Wall. Es como tratar de explicar. El súbmarino amarillo o la serie de los Monthy Pyton, esos otros magníficos despliegues de psicodelia y surrealismo del cine inglés. Cuando Sur cuente con un suplemento, en video, se podrá hacer la crítica co­mo, corresponde...
The Wall habla de viejos temas ingléses: el establishment, la moral victoriana, la represión, la rebelión. Aho­ra bien, ¿habla de temas argentinos, de temas que socialmente nos interesen?

Mis chicos hablan el rock a la perfección

La semana pasada 142 alumnos del colegio Dámaso Centeno de Buenos Aires Firmaron un petitorio al director del establecimiento, coronel Rodolfo Terrado, en el que se solicitaba rever la expulsión de la alumna Mariana Petriw, a quien sé sancionó por haber sido... madre. El petitorio fue desesti­mado y los alumnos debieron recurrir a medidas dé lucha como sentadas en la calle Rivadavíá y él patio del estableci­miento y una negativa a entrar a clase.
También la semana pasada -y to­mando los datos de un mismo diario-  la “Justicia” cordobesa dio por con­cluida la investigación por la muerte del obispo Angeléili, en La Rioja. sin que los inculpados hubieran demostra­do su inocencia (puesto que fueron fa­vorecidos por la “ley" de Obediencia Debida) y rechazando nuevos aportes a la prueba. Complementariamente, el mismo día, un vocero oficial de la Igle­sia llamó al olvido declarando que “todos somos responsables”'. 
Ex combatientes de Malvinas piden limosna en los trenes para ayudar a sus camaradas discapacitados o imposibi­litados de pedir; una clínica de la Capi­tal que ganó clientela gracias a publicitados transplantes, estafó y mató a esa misma clientela -según se denunció- reciclando material descartable; el pre­sidente de la Nación, desoyendo el re­clamo de justicia de las mayorías, se dispone a indultar a los responsables políticos de los más graves crímenes contra el pueblo argentino. El inventa­rio del desastre podría continuar, sin  fin. 
No es seguro que el Muro contra el que arremete el iracundo Pink en The Wall sea el mismo Muro contra el que arremeten a diario nuestros jóvenes, pero hay que admitir que se le parece bastante. Es una metáfora que no nece­sita traductores. 
El Muro de Berlín, demolido por el pueblo alemán en la primavera pasada -una invernal primavera berlinesa, pa­ra traducir correctamente- también era, en cierto modo, el Muro. 
“Debió haber una puerta”, piensa el loco Pink al finalizar The Wall. Tie­ne mucha razón, debió haber una puer­ta en el Muro. Una puerta para que el niño Pink se comunicara con su padre - (con sú padre que se preocupaba por la suerte del soldado Nigger -el negro-); para que el niño y el joven Pink se comunicaran entre sí, sin vergüenza ni temor; una puerta para que el hastiado Pink viera que la realidad, a uno y otro lado del Muro, es la misma y que convertirse en un martillo -o en un militante neonazi- no cambia en abso­luto la situación. Debió haber una puerta o, lo que es lo mismo, no debió haber existido el Muro. 
Pero el rock, ese idioma que herma­na a la juventud del mundo, adentro y afuera de los sistemas de poder, sabe muy bien qué hacer con los muros rea­les: les abre agujeros de verdad.

Panorama Cultura - Diario Sur
Oscar Taffetani

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