EL BURGUES MALDITO
La leyenda, irreverente, ácido y genial, el belga Jacques Brel Una figura clave de la canción francesa. Su rastro perdura en cantautores como Joan Manuel Serrat, Nilda Fernández y tantos más.
Los fogones de campamento de la juventud católica de Bruselas dieron al mundo un hijo impresentable. Era 1950 cuando el joven Jacques Brel se apartó del rebaño y comenzó a dejar escapar por su enorme boca proposiciones incómodas, un lirismo salvaje, una imaginación delirante. Llegaría a canciones como Le dernier repas (La última cena): “En mi última cena/insultaré a los burgueses/sin temor ni remordimiento.../En mi última cena/ quiero también/lanzar piedras al cielo/gritando Dios ha muerto/por última vez”.
El 9 de octubre de 1978 el belga murió de cáncer en un hospital francés, donde había sido trasladado desde su último refugio en las islas Marquesas. Habían pasado veinticinco años desde su primer, oscuro desembarco como cantautor en París.
Quand on n’ a que l’amour (Cuando sólo se tiene el amor) fue el primer toque masivo de atención, en 1956, sobre este audaz cuyo genio ya había sido advertido por su colega, el emblemático George Brassens. Diez años más tarde se despidió, en el teatro Olympia, de su actividad de cantautor, aduciendo que el éxito le había quitado todo sentido. En lo más alto de la canción francófona, consideró que la consagración era el camino seguro de la mediocridad. Se habían convertido en himnos su desesperada Ne me quitte pas (No me dejes) y su desesperante La valse a mille temps, vertiginosa hasta la locura. Y esa serie de títulos que parecían tomados del cuaderno de redacciones escolares de un alumno poseso: Los viejos, Los tímidos, Los desesperados, La cerveza, Los burgueses, Las ventanas.
Había dejado la guitarra de cantautor tipo para ocasiones excepcionales, por arreglos orquestales a la altura de su vigor interpretativo.
En escena era un mimo demente, actuando en un universo espectral, que hacía visible, de mujeres perversas, burgueses insufribles, viejos conmovedores o carcamanes, amigos fieles. Su endemoniada agresividad, su irresistible fragilidad, todo en él era excesivo.
Cuando dejó los escenarios decidió dedicarse al cine, y alcanzó mayor reconocimiento como actor que como director de tibios fracasos.
Su biógrafo José Luis Atienza describe una vida familiar conflictiva con su esposa Miche y sus tres hijas. Afirma que el artista revolucionario fue un esposo exigente -de una fidelidad a la que no correspondía- y un padre severo y ausente, casi siempre, de su casa de Bruselas. Y apunta la presencia de varias mujeres decisivas y de una comentada misoginia sobre la que su amigo Brassens escribió: "Un tipo que habla con tal cólera de las mujeres, es que les pertenece por entero”. Cuenta que aceptaba la cercanía de su amiga Juliette Greco, con el honroso comentario de: “Es un tipo”. "Ellas son nuestro primer enemigo”, denunció en Les biches.
Aprendió a pilotear aviones. Después de ser operado a causa del cáncer, se instaló en las islas Marquesas, junto con su compañera Maddly. Regresó brevemente a París para grabar, en 1977. Atienza cuenta que durante las sesiones se mostró de buen humor, pese al evidente deterioro de su salud. Por momentos buscaba algo detrás del piano: "¿No vieron un pulmón?". El disco vendió anticipadamente un millón de copias, y en su primera hora en las bateas 300 mil. Fue el último.
Su rastro perduró en las mejores intenciones de los cantautores que lo sucedieron -desde Serrat hasta Nilda Fernández-, Se puede hallar información sobre su vida y obra en internet (http://car- ver.holycross.edu/jbbatty/ y http://mirabi- lia.ru/brel/). Encontrarlo en disquerías porteñas, en cambio, no es precisamente fácil.
ESPECTÁCULOS • CLARIN •
Viérnés 9 dé octubre dé 1998
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