Esta vez fue en Tandil, ante unas 21 mil personas. Pese a la lluvia, que obligó a interrumpir el show durante una hora, hubo fiesta ricotera. Salvo para los fotógrafos, que no pudieron acceder al estadio
Estoicos, Los Redondos. O mejor dicho, su público, a los que llaman "las bandas”. Porqué Tandil fue como una pesadilla: una lluvia inclemente, una ciudad con negocios cerrados, sin comodidades suficientes; como para resistir el aluvión de gente qué viajó incontables kilómetros. No fue fácil estar en Tandil. Todo por unos cinco tipos que sólo se corporizan en el escenario bajo el influjo de un tal Patrido Rey.
El hechizo estuvo a punto de quebrarse el sábado. Todo parecía estar en contra: la lluvia había mojado los equipos, por lo que el inicio del concierto se demoró una hora y debió interrumpirse a los 45 minutos porque la combinación de agua y electricidad hizo peligrar la vida de los músicos. Muchos creyeron que ya no saldrían. Pero en esas circunstancias, donde la taba se da vuelta, es donde aflora el verdadero temple. Y Los Redondos salieron adelante, tal vez impulsados por ese “aguante” que el Indio Solari agradeció al inicio.
Hasta entonces, el concierto había sido uno más, que comenzó con Nuestro amo juega al esclavo, en el que el público gritó hasta reventar aquello de “violencia es mentir”, y continuó con El pibe de los astilleros, Cruz Diablo (uno de los pocos de Luzbelito, junto con el que titula el álbum) y Un ángel para tu soledad. La música sonaba correcta, aunque con problemas de sonido: la base rítmica mantenía el ritmo a media máquina, Skay parecía cauteloso en demasía a la hora de sus solos mientras Solari trataba de hacer pie sobre las tablas en su posición de samurai bailarín.
Después del intervalo forzoso, con 20 mil fans empapados y pacientes, la cosa cambió radicalmente. La actitud del grupo se volvió mucho más musculosa y guapearon ante la adversidad. Y el rock and roll se desató: todos tocaron como demonios. Skay se soltó, y el Indio también. Los “mil rocanroles por los satélites” cantaron su verdad, a puro grito, a toda espuma. Mariposa Pontíac, Vamos las bandas, Un poco de amor francés, Nene, nena, Todo un palo y Mi perro dinamita fueron algunos de los temas decisivos que ayudaron a olvidarse del barro, de la humedad y de los huesos del cuerpo. La gente comenzó a subir al escenario, pero esta vez no fue necesario que los músicos se fueran para restablecer el orden. “El que se sube es un gil”, decretó Skay, y la gente volvió a sus lugares. Ji, ji, ji y Ya nadie va a escuchar tu remera fueron algunos de los bises que cerraron el concierto con un clima festivo, ausente en la primera parte.
Pero más allá de una buena actuación que comenzó bien y terminó mejor, Los Redondos ratificaron su capacidad como músicos y creadores de un sonido de rocanrol criollo que les es absolutamente propio. Porque Los Redondos no hacen rock and roll a lo Chuck Berry, ni a lo Stone. Su alquimia es altamente particular, generadora de un formato único e intransferible que evoluciona sin traicionarse. Y que en Tandil demostró no haber perdido vigencia. La magia redonda sigue girando
Clarin Espectaculos
Lunes 6 de Octubre de 1997
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