jueves, 3 de mayo de 2018

9923 - Charly Garcia - 1994 - La Hija De La Lágrima

Una Noche En La Opera con Charly y esa hija de lagrimas


“La hija de la lágrima”, serie de reci­tales de Charly García y sus mú­sicos. Batería y percusión: Fer­nando Samalea; guitarras: María Gabriela Epiímer; órgano y bajo: Fabián Quintero; bajó: Fernando Lupano. Músicos invitados: Juanse y Bruja Suárez. En él teatro Opera.


Un escenario vacío, un winco  muerto de pena y una letanía, como de disco rayado, que el sonido cuadrofónico devuelve incesantemente durante una hora, desde todos los ángulos posibles de la sala. 
Charly está a punto de presentar,  “La hija de la lágrima”, y la demora no hace más que alimentar la expec­tativa que genera cada nueva cria­tura que este pope del rock local arroja sobre el escenario.
Lo bueno viene en frasco chico y, se sabe, una pequeña cuota de frustración estimula el deseo. Charly no se presenta todos los fines de semana, sus apariciones en publico son más bien esporádicas, de modo que cada nuevo show reaviva el fuego de los fans, especialmente en casos como éste, en que el hombre regresa después dé un prolongado silencio creativo. 
Y todo ocurrió, al menos en la primera noche, tal como el gurú rubio había vaticinado: la banda tenía ganas de tocar y el público quería ver, quería ser y (más que nunca) quería entrar: ni un rinconcito libre, el teatro desbordado. 

The Wall 
El telón sé descorre sobre lo qué podemos imaginar como el living, en el modesto hogar de la hija de la lágrima (radio, TV y hasta video-wall incluidos) contenido desde el fondo por un muro de ladrillos que, inevitablemente, recuerda la solidez agobiante e impertérrita del film de Alan Parker. Más aún: algunos epi­sodios en el trajinar de Charly du­rante estos últimos días, recuerdan las tribulaciones que padecía Bob Geldof en la piel del protagonista de “The wall”, especialmente cuándo los rumores más oscuros apostaban a que nadie conseguiría arrancar de su casa a Charly y arrastrarlo hasta el escenario. 
Pero, una vez más y contra todos los pronósticos agoreros, Charly llegó, rojo shocking como las luces, como los ladrillos. La hija de la lá­grima estaba lista para ser presen­tada en sociedad.  


Música del alma 
Lo primero que queda claro cuando Charly ataca la obertura de su obra, es que se trata de un mú­sico; lo cual, más allá de ser una obviedad a esta altura de “las circuns­tancias y de su carrera, viene a corroborar una certeza por, demás reconfortante: su talento trasciende los vaivenes más o menos afortu­nados de la pose rockera. 
Así las cosas, García brilla cuando se entrega a la música y se olvida del divismo payasesco o de ese estilo refunfuñón y corrosivo que, en varias oportunidades, lo lleva a hacer del escenario , un foro público en el cual exponer los de­sencuentros que tuvo con parte de la producción de su espectáculo. 
De todos modos, los shows que el padre de “La hija... concibió para la serie de presentaciones en el Opera, son impecables. Charly cuidó personalmente cada detalle, desde el sonido inobjetable hasta una puesta de luces estupenda, lla­mada a acentuar la sugestión de los distintos paisajes emotivos por los que trashuma ésta lágrima peni­tente y errante, que no parece en­contrar el sitio adecuado para de­rramarse en paz. 
Lo más curioso en cuanto a esta lágrima, objeto de todos los amores y desvelos, es que su historia trans­curre más en el imaginario popular que en lo que revelan las canciones. 
Poco es lo que se puede saber a ciencia cierta de este personaje líquido, si uno debe atenerse a los datos objetivos de la letra cantada. Pero Charly fabula, vuela y hasta conspira: Habla de seres intraterrenos, dice que “La hija .. ” escu­cha a Carole King en una vieja ra­dio; y hasta es capaz de ver en uno de los videos que transcurren sobre el escenario, en el que Graciela Borges actúa a su lado, a los padres de la lágrima junto a su hija. 
Charly muestra un vínculo sólido con toda su banda, que responde compacta, sin fisuras. Pero esta­blece una complicidad muy particu­lar e intimista con María Gabriela Epumer, con quien alcanza mo­mentos de insospechada dulzura cuando ambos entrelazan guitarras o voces. 
“La hija de la lágrima” va por buen camino y, seguramente, encontrará un espacio más reposado en el show de esta noche y en las próximas presentaciones, cuando hayan quedado atrás los sofocones y las angustias del debut. 
Mientras tanto, Charly conmueve cada vez que se acerca al teclado y se divierte con una extraña versión de “Locomotion”, el tema de Carole King, que cierra obra y recital, antes de que los bises traigan un beso en los labios para la Epumer y los acordes (a dos guitarras y público) dé “De mí”. 
Y cuando los desprevenidos ya ganaban los pasillos, Charly y compañía volvieron, nuevamente junto a Juanse, para la yapa con “Cerca de la revolución” que devino, por obra y gracia del espíritu stone, en una versión de “Satisfaction”. La lá­grima, guardada en los ojos y en los corazones, seguirá rodando unos cuantos días más.

LA NACION 

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