Una Noche En La Opera con Charly y esa hija de lagrimas
“La hija de la lágrima”, serie de recitales de Charly García y sus músicos. Batería y percusión: Fernando Samalea; guitarras: María Gabriela Epiímer; órgano y bajo: Fabián Quintero; bajó: Fernando Lupano. Músicos invitados: Juanse y Bruja Suárez. En él teatro Opera.
Un escenario vacío, un winco muerto de pena y una letanía,
como de disco rayado, que el sonido cuadrofónico devuelve incesantemente
durante una hora, desde todos los ángulos posibles de la sala.
Charly está a punto de presentar, “La hija de la lágrima”, y
la demora no hace más que alimentar la expectativa que genera cada nueva criatura
que este pope del rock local arroja sobre el escenario.
Lo bueno viene en frasco chico y, se sabe, una pequeña cuota de
frustración estimula el deseo. Charly no se presenta todos los fines de semana,
sus apariciones en publico son más bien esporádicas, de modo que cada nuevo
show reaviva el fuego de los fans, especialmente en casos como éste, en que el
hombre regresa después dé un prolongado silencio creativo.
Y todo ocurrió, al menos en la primera noche, tal como el gurú
rubio había vaticinado: la banda tenía ganas de tocar y el público quería ver,
quería ser y (más que nunca) quería entrar: ni un rinconcito libre, el teatro
desbordado.
The Wall
El telón sé descorre sobre lo qué podemos imaginar como el living,
en el modesto hogar de la hija de la lágrima (radio, TV y hasta video-wall
incluidos) contenido desde el fondo por un muro de ladrillos que,
inevitablemente, recuerda la solidez agobiante e impertérrita del film de Alan
Parker. Más aún: algunos episodios en el trajinar de Charly durante estos
últimos días, recuerdan las tribulaciones que padecía Bob Geldof en la piel del
protagonista de “The wall”, especialmente cuándo los rumores más oscuros
apostaban a que nadie conseguiría arrancar de su casa a Charly y arrastrarlo
hasta el escenario.
Pero, una vez más y contra todos los pronósticos agoreros, Charly
llegó, rojo shocking como las luces, como los ladrillos. La hija de la lágrima
estaba lista para ser presentada en sociedad.
Música del alma
Lo primero que queda claro cuando Charly ataca la obertura de su
obra, es que se trata de un músico; lo cual, más allá de ser una obviedad a
esta altura de “las circunstancias y de su carrera, viene a corroborar una certeza
por, demás reconfortante: su talento trasciende los vaivenes más o menos afortunados
de la pose rockera.
Así las cosas, García brilla cuando se entrega a la música y se
olvida del divismo payasesco o de ese estilo refunfuñón y corrosivo que, en
varias oportunidades, lo lleva a hacer del escenario , un foro público en el
cual exponer los desencuentros que tuvo con parte de la producción de su
espectáculo.
De todos modos, los shows que el padre de “La hija... concibió
para la serie de presentaciones en el Opera, son impecables. Charly cuidó
personalmente cada detalle, desde el sonido inobjetable hasta una puesta de
luces estupenda, llamada a acentuar la sugestión de los distintos paisajes
emotivos por los que trashuma ésta lágrima penitente y errante, que no parece
encontrar el sitio adecuado para derramarse en paz.
Lo más curioso en cuanto a esta lágrima, objeto de todos los
amores y desvelos, es que su historia transcurre más en el imaginario popular
que en lo que revelan las canciones.
Poco es lo que se puede saber a ciencia cierta de este personaje
líquido, si uno debe atenerse a los datos objetivos de la letra cantada. Pero
Charly fabula, vuela y hasta conspira: Habla de seres intraterrenos, dice que
“La hija .. ” escucha a Carole King en una vieja radio; y hasta es capaz de
ver en uno de los videos que transcurren sobre el escenario, en el que Graciela
Borges actúa a su lado, a los padres de la lágrima junto a su hija.
Charly muestra un vínculo sólido con toda su banda, que responde
compacta, sin fisuras. Pero establece una complicidad muy particular e
intimista con María Gabriela Epumer, con quien alcanza momentos de
insospechada dulzura cuando ambos entrelazan guitarras o voces.
“La hija de la lágrima” va por buen camino y, seguramente,
encontrará un espacio más reposado en el show de esta noche y en las próximas
presentaciones, cuando hayan quedado atrás los sofocones y las angustias del
debut.
Mientras tanto, Charly conmueve cada vez que se acerca al teclado
y se divierte con una extraña versión de “Locomotion”, el tema de Carole King,
que cierra obra y recital, antes de que los bises traigan un beso en los labios
para la Epumer
y los acordes (a dos guitarras y público) dé “De mí”.
Y cuando los desprevenidos ya ganaban los pasillos, Charly y
compañía volvieron, nuevamente junto a Juanse, para la yapa con “Cerca de la
revolución” que devino, por obra y gracia del espíritu stone, en una versión de
“Satisfaction”. La lágrima, guardada en los ojos y en los corazones, seguirá
rodando unos cuantos días más.
LA NACION
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