sábado, 17 de febrero de 2018

0955 - Iggy Pop - 1990 - Brick By Brick

El crispado señor Pop, con 46 años marcados a fuego, dice que volverá a Buenos Aires. 
Corazón salvaje, reniega sin embargo de los excesos, sobre todo cuando no tienen una gota de verdad. Dícese admirador de Nirvana y The Ramones, dos derivaciones del punk que él mismo contribuyó a forjar. Pero sobre todo cree en su música feroz, que aquí le voló la cabeza a sus fans.


“No quiero ser un buen músico. No quiero ser un tipo famoso y lleno de plata. Todo lo que quiero, ahora mismo, en este maldito mo­mento, todo lo que quiero es ser tu maldito perro.” 
Entonces algunos sueñan con enroscarle una cadena al cuello y llevárselo a casa. Y hasta la rubia escultural que huele a perfume importado y se mantiene lejos del pogo, pro­baría con su collar de perlas. Porque quién sabe... 
Pero no. Es inútil. El tipo está del otro lado, parado bajo la luz blanca, con los jeans rotos, el pelo lacio y húmedo por el sudor, pegado a la cara, la guitarra cruzada sobre el pecho, desnudo y perfecto, y la rosa roja que le al­canzó esa chica, metida adentro del pantalón. 
Y wanna be your dog, un rock durísimo, de esos que te araña las muelas, fue uno de los primeros temas de Mr. Iggy Pop, a me­diados de los sesenta, cuando las chicas se deshacían en suspiros mientras que The Beatles arrullaban a dos voces Y wanna hold your hand. 
Hipersensible en la danza expresiva de las manos nudosas, el muchachito de cuarenta y seis años reniega de los excesos de la fama y del rock star system. “Aunque conmigo el paso hacia la fama fue muy gradual -y tam­poco soy tan rico-, también yo tuve algunos de los problemas que trae aparejado el hecho de convertirse en un músico exitoso. Básica­mente ocurre que cuando obtenés un poco más de dinero y de éxito, se te pega un mon­tón de gente desagradable, que revolotea a tu alrededor y trata de usarte para determi­nadas cosas. O personas que gustan de vos por razones equivocadas, porque creen que sos alguien. Además, toma un montón de energía cuidar el negocio que uno mismo ge­neró; porque si no lo hacés, alguien lo hará por vos. Lo sé porque me ha pasado y le pasa a toda la gente joven que se inicia en el mundo de la música. Es el precio y también una suerte de educación. Cuando ves a un muchacho o a una chica muy joven, cantando su primer hit en la pantalla de tu televisor, generalmente los chicos no son muy ricos. 
“Normalmente otros se hacen ricos gracia a ellos. Así es como funcionan las cosas. Pero yo todavía lucho contra eso y creo que lo es­toy haciendo bastante bien. No soy esa clase de tipo que está siempre especulando con te­ner un peso más y amarrocarlo como un ta­caño. Yo no soy así. Ni como otros que se preocupan por la posibilidad de que su sello no les renueve el contrato o no les permita grabar más discos. Tengo cierto éxito y está muy bien. Pero no me enloquezco por eso.” 
Enormes, redondos y celestes como el mar cuando está verde, los ojazos de Iggy se co­men una carita flaca y demacrada que a me­nudo se parte en dos para soltar una sonrisa franca, pura ternura. Si esperabas el zarpazo de la bestia salvaje, mejor rumbeá para otra selva. 
Alguna vez, cuando el movimiento punk re­ventaba entre cuero, metal y raros peinados nuevos, Sex Pistols y las bandas adoptaron a la extraña criatura de músculos y venas mar­cados como el padrino del punk. Pero para Iggy el rollo pasa por otro lado. “Yo empecé a hacer mi música antes de que apareciera cualquier movimiento punk. Y siempre pensé que la movida punk representaba una clase de atentado cínico con el fin de codificar e instalar una serie de reglas de conducta y decirte lo que está bien y lo que está mal. Era como si vendieran un paquete entero, bien completo, fácil de seguir para la gente, ¿sabés?
“Entonces podías leer en el manual de ins­trucciones para el punk: tenés que creer esto, vestir así, hablar de esta manera, compor­tarte en esta forma, consumir estas drogas, ir a estos determinados lugares, etcétera. En lo profundo de mi corazón, yo nunca pensé de esa manera, nunca me sentí como un segui­dor de todas estas cosas. Más tarde, otros can­tantes y otros grupos, especialmente los grupos del estilo Seattle, tomaron algunos de los valores de la clase de música que yo hacía en Detroit, pero lo hicieron más con el fin de darle a la gente un tipo de música que el pú­blico reconociera y ganar en popularidad. Estas bandas hicieron un trabajo mucho más profesional que los primeros punks. Son ver­daderamente profesionales. El único grupo que respeto de todos éstos es Nirvana. Yo ya hablaba de ellos y me parecía que eran real­mente buenos antes de que tuvieran un gran hit y los conociera todo el mundo.” 
Otra de las bandas que se devoró el cora- zoncito de La Iguana fue los Ramones. “Son grandes, realmente significan mucho para mí. Pero ellos son, ciertamente, otra cosa. No creo que los Ramones se consideren a sí mismos una banda punk. Tienen su propio estilo. Creo que lo más interesante y lo mejor de ellos es que muestran que podés hacer algo por vos mismo, con tus propios re­cursos, y hacer un trabajo verdaderamente bueno. Sin recurrir a un equipo de profesio­nales que te digan qué hacer o que te inven­ten una personalidad arriba del escenario. Eso es muy bueno y me gustaría verlos explo­rar un poco más desde el punto de vista musi­cal. Creo que uno debe estar siempre empu­jándose un poco más, musicalmente, y eso es

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