ABEL PINTOS
TODO FUE MUY RAPIDO
Llegó a Cosquin de la mano de León Gieco y, con sólo 13 años, se convirtió en un suceso. Cantó dos veces y lo distinguieron con una mención especial.
Desde que el 25 de enero llegó al Festival de Cosquin de la mano de su padrino artístico, León Gieco, Abel Pintos, de sólo 13 años, -está en boca de todos aquellos que se quedaron shockeados con su voz -tan bella como plena de matices- y también con su pericia de veterano sobre un escenario que pisaba por primera vez.
Este chico de Bahía Blanca, más precisamente de Ingeniero White, a quien le encantan la pizza, el fútbol y el programa, de televisión La Niñera, fue la mayor sorpresa de la 38a edición, que concluyó el domingo y en la que fue distinguido con una mención especial.
¿Cómo te sentís después de tu suceso en Cosquin?
Estoy feliz, pero me siento algo extraño. Imagínate: llegar a un escenario como este y que la gente se ponga tan loca y me reciba tan bien... Y encima que me pidieran una noche más. No. No lo esperaba, pero lo estaba buscando.
¿Cómo es eso?
Es que yo siempre soñé con venir a Cosquín. Soñaba cantar acá y ver lo que pasaba. Bueno, vine, canté y ahora estoy viendo lo que pasa. Estoy un poco confundido, pero me gusta.
Abel sonríe y se le forman hoyuelos en las mejillas. Es un hermoso chico de ojos oscuros y atentos, que habla con tono firme y parece envuelto en una "coraza de adultez” de la que cuesta sacarlo. Y es comprensible. Basta tratarlo para percibir ésa es la única forma que encontró para defenderse del aluvión de periodistas que le cayeron encima luego de la noche que dividió en dos su vida y la de su familia.
Hijo de Raúl Pintos (48), un empleado de una empresa de pavimentación, y de Susana Marini (47), Abel tiene dos hermanos: Ariel, de 24, y Andrés, de 21, que aseguran que la vocación del hermanito nació apenas saltó de la cuna, a Mi mamá me compró una guitarrita con cuerdas de alambre cuando cumplí tres años. A partir de ahí arranqué y ya no paré más. En la escuela, en mi casa, en todos lados. Hasta que entré al coro de la Cooperativa Obrera, en Ingeniero White, y el director, Carmelo Fioritti, que sabe muchísimo de música, me empezó a preparar.
Y ya un poco más preparado te encontraste con Raúl Lavié...
Sí, él viajó a mi pueblo para el programa, Tango en la Bahía. Y como mis padres colaboran con la sociedad de fomento del teatro donde se graba, nos invitaron a almorzar y cenar con él. Le gustó cuando canté, así que le di una cinta. El se la mostró a León Gieco y a él también le gustó. Enseguida me mandó llamar para grabar el disco.
¿Cuándo pasó todo eso?
En octubre del año pasado. Y todo fue muy rápido. De una semana para otra. Como en un sueño. Cuando fui a Buenos Aires a conocer a León, él me invitó a cantar a un recital que hacía en San Justo. Ese fue el primer público grande que tuve.
¿Y antes dónde cantabas?
Y... donde nos llamaran. A veces hacíamos 300 kilómetros para cantar apenas dos temas. Cuando ya no pudimos pagar los viajes por nuestra cuenta, empezamos a pedir que nos pagaran los gastos de viáticos y de comida. Mi papá toca el bombo en el grupo, y mi hermano Ariel la guitarra.
¿Seguis estudiando musica?
Sí, tomó clases de canto y armonía. Desde hace tiempo voy todos los lunes, miércoles y viernes al profesor Armando Livani, y los martes y jueves a la fonoaudióloga Liz Costa. Ellos me preparan y me enseñan cómo tengo que hacer para cuidar la garganta.
¿Y cómo la cuidás?
Todas las mañanas me tomo un jugo de naranjas con azúcar en ayunas. Eso forma glucosa y me da fuerzas. A la tarde hago ejercicios de respiración durante veinte minutos, y trato de no comer mucho helado.
¿Cómo te gustaría que fuera tu carrera?
Como la de Mercedes Sosa, porque ella fue creciendo siempre. O, si no, como la de Luis Miguel, que no se quedó en lo que hacía de chico y fue madurando como artista. Pero mi verdadero ídolo es Mercedes.
¿La conocés personalmente?
La vi una sola vez, cuando ella fue a Bahía Blanca a dar un recital. Yo tenía 11 años y estuve sentadito a un costado del escenario llorando todo el tiempo. Estaba emocionado y no podía parar. Cuando el concierto terminó, me acerqué a saludarla. Mercedes me abrió los brazos y me dijo: “Vení, no llorés más”, y me abrazó. No se me borró más. Ahora, cuando abrazo a alguien de su tamaño corporal, la siento a .ella. Siento su perfume, su aroma, que me quedó grabado.
Tal vez ya escuchó la disco o te vio por televisión en el Festival de Cosquin... Ojalá haya sido así, porque ella es la mejor de todos.
Clarin Espectaculo
Miercoles 4 de Febrero de 1998
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