sábado, 3 de febrero de 2018

0754 - Charly García - 1985 - Piano Bar


E1 living de Charly es un rectángulo chico como una pileta, adonde hay que navegar entre instrumentos musicales para pasar a la cocina. Y lo mismo para acceder al esqueleto de sofá que está al ras del piso. Un lugar inhóspito y confortable a la vez. No hay ni siquiera una silla que ofrezca la comodidad estructurada y convencional de un respaldo. Pero, si uno se atreve a desgarbarse en el sofá/esqueleto -como lo hacen ahora sus amigos Javier y Nicolás- el lugar finalmente acoge a los invitados. La paredes están cubiertas de gestos exasperados pintados en aerosol. Cada tanto, se ve que la mano que pinta hizo un alto, poético, humorístico, para poner un acento de gracia, como el punto rojo que cayó justo en la mitad del piano.
El departamento, en verdad un semipiso, está en un edificio clásico y antiguo, ubicado frente al shopping Alto Palermo. Llegar allí para entrevistar a Charly García requiere que una serie de factores se den al mismo tiempo: que alguien atienda el teléfono, que él tenga ganas, y que las personas que giran a su alrededor consideren que el músico está atravesando un momento adecuado. Ese momento, dicen sus allegados, suele llegar cuando se des¬pierta después de dormir durante uno o dos días segui¬dos, tras una vigilia igualmente prolongada. “Dejá que pasen unos días. Ahora está intratable", fue la recomendación recibida por VIVA ante el primer intento.


Hace más de dos décadas que la figura más influyente del rock nacional tiene presencia continua y polémica en el espacio público argentino. Vocero frecuente de lo que muchos sienten pero jamás se animarían a decir, Charly siempre se las ingenió para mantener viva esa llama rebelde que se supone que es el rock. Y, mientras tanto, dio motivos para que sus allegados y seguidores se preocuparan seriamente por su salud física y mental. “Pero este tipo ¿es o se hace?”, sería la duda recurrente que queda flotando entre miles. Al mismo tiempo, Charly parecería retrucar: "Pero éstos ¿son o se hacen?". Para muchos, su conducta es inaceptable. Para otros tantos no es más que un ejercicio de libertad.
Durante el encuentro, que finalmente se realizó en la tarde de un miércoles imposible, Charly se revolcará en su cama, tomará whisky, afirmará que sólo confia en prostitutas y policías y que jamás tuvo una idea propia. La persona que emerge de un largo sueño, se divierte desafiando, descolocando y enredándose en sus propios juegos de palabras y significados; alguien que disfruta generando el caos pero que, cuando parece que todo está por irse al demonio, retiene el control de la situación. La charla, que duró varias horas, transcurrió en su dormitorio, con su propia música sonando por encima de las palabras.
En contraste con su aspecto de hace un tiempo, se nóta ¡ que subió de peso. En la habitación no hay muchas cosas, I excepto un equipo de música, un puñado de compact dikcs desparramados y una botella de bourbon en el piso. En ;un estante, apenas la figura de un angelito pintada con aerosol rojo. Más que la habitación de una superestrella del rock en español, parece el cuarto de un adolescente en cri­sis de rebeldía. Charly, disc jockey de la entrevista, cambia de canciones para ilustrar un punto de la conversación o, simplemente, porque quiere. Y sube o baja el volumen según su atención se interese más en lo que suena que en lo que se habla. "Angeles y predicadores -dice, recostado, refiriéndose al tema de su disco Tango i que sale por los parlantes- se parece mucho a la música de Marilyn Manson.” En los últimos meses Charly viene expresando su admi­ración por este músico norteamericano, que provocati­vamente se rebautizó con el nombre de la más famosa diva suicida y el apellido de Charles Manson, el más detes­tado de los asesinos seriales. Marilyn Manson también se declara seguidor de cultos satánicos, invoca al anticristo y proyecta una imagen travestida, destinada a producir impacto. En verdad, no es más que un nuevo fenómeno musical que se transformó, de manera efectista, en una nueva fórmula para los negocios del rock. Y tanto le gusta a García este norteamericano que lo invitó a participar en su nuevo disco, que pronto grabará en Miami. “Marilyn tiene 'algo', es un artista. Es raro -subraya esta palabra-, lo cual es condición sine qua non para que a mí me guste algo. Marilyn usa símbolos como el satanismo para llegar a un punto al que también yo quiero llegar. ” Habla de aquello que todavía pueda ser transgresivo.

Entre los graffítís de la pared del living de su casa hay una cruz esvástica pintada en plateado. En cualquier otro contexto uno asociaría ése símbolo nazi con asesinatos, discriminación y estupidez. Pero ésta es la pared de Charly, y nada debe tomarse de manera literal. A él le gusta encontrar la llaga y meterse en ella. Nos tiene acostum¬brados a esperar eso. Es un maestro malabarista de metáforas y símbolos, que en sus manos se reformulan en nuevos mensajes. Y, experto en generar desconcierto, dispara: "Mi nuevo grupo se llama Leonor Manson. En el bajo Mónica Hitler, en la guitarra Susana Astiz, en el violoncello Amalita Von Quintiero, en la batería Graciela Mfano. El longplay que estoy haciendo se llama Manson y Tranquilo."
A veces, lo que dice parece estar codificado para que lo entienda solamente quien lo conoce de cerca y sigue sus procesos de pensamiento. Estas declaraciones, en las que se mezclan discurso público y referencias a sus allegados íntimos, están relacionadas coñ sus propios vaivenes internos, con sus enojos y sus pasiones. Pero él no se molesta en explicarlo. Habiendo sido comparado con Gardel, llamado procer, mito argentino y portavoz de nuestro inconsciente colectivo, su mundo aparenta ser un sinfín entre vida privada y pública. Para cualquiera, eso sería agobiante. Pero él parece adorar y detestar la situación a la vez. Su condena, al igual que la cruz que carga Diego Maradona, podría resumirse en la misma frase que grafica su victoria: “Ya nunca volverás a ser anónimo”.
Charly habla en metáforas verdaderamente comprensibles sólo para quien sabe mucho de él. Pero las lanza al mundo como un desafío: entendé si podés. ¿Cuál es, entonces, el mensaje de tanto coqueteo con lo tenebroso? Paran las risas. Ahora su tono es grave y lento: “Que si la ‘nada’ avanza es porque la gente no tiene fe”, dice. Y remata la respuesta con un silencio, mientras se acerca de tal modo que su nariz queda a tres centímetros de quien lo entrevista. Inmediatamente se arremanga para mostrar una marca en su brazo. Otra vez la esvástica. "Es una joda.... Pero asusta a la gente. ¿Cómo puede ser que esto asuste?,” dice, exhibiendo la provocativa marca.
El rocanrol nadó unido a la transgresión: quebrar reglas en busca de mayor libertad. Sin embargo, la sociedad desarrolló mecanismos para devorar y digerir la transgresión, incorporándola como un objeto de consumo. Si a fines de los años 70 el movimiento punk marcaba un territorio propio con alfileres de gancho atravesados en la nariz y pelos que desafiaban la gravedad, unos años más tarde todo eso ya era moda. A principios de los 90, en tanto, había jóvenes que se tatuaban y se agujereaban el cuerpo argumentando que el derecho a alterarlo, aun a costa del dolor, era una declaración de libertad. Hoy, se puede conseguir un tatuaje o un arito en el ombligo en cualquier shopping. Pero, si shockear es algo cada vez más difícil, Charly parece lanzado a investigar cuál es el límite.
El mensaje que Charly quiere transmitir es que el verdadero horror no está en el gesto de un músico, sino en vivir sin creencias ni idealismo. Para eso recurre, como tradicionalmente lo hizo el rodc, al simbolismo y a la confrontación. Aunque, con el tiempo, el rock también se diluyó en fórmulas vacías y reiteradas. La idea de él es, entonces, encontrar un punto que todavía provoque conmoción. Shockear para decir: “Las cosas no son como parecen”. O shodcear porque sí, como si fuera un deporte. “Se usan símbolos (se refiere a la esvástica, por ejemplo)... Y si usas uno de esos símbolos, tenes que estar muy consciente de lo que estás haciendo. Porque estás jugando con juego...”
Harto que los medios pongan énfasis en sus aspectos oscuros, Charly cambia súbitamente el dima y, en tono deliberadamente plácido, aclara que prefiere elegir la vereda luminosa de la vida. “Mientras tanto, yo la estoy pasando muy bien. Todo es maravilloso, hay que disfrutarlo, esto es el paraíso”, afirma casi sin ironía. Y agrega: “Porque es loque hay”. Y hace una pausa.
El hablar de Charly esta punteado por silencios teatrales, como quien remata una broma o redta un poema. Pausas que piden: pensá. “Hay gente que elige sufrir. Por ejemplo, si hay un lado de la calle que es horrible y otro que es lindo, eligen ir por el horrible solamente para criticar a los lindos. Las culturas más pobres de intelectualidad y espíritu matan a las más ricas. Siempre fue así. Entonces, Marilyn Manson es una advertencia: ‘Ojo porque vamos a quemar todo’."Otro silencio, esta vez más largo.
Conversar con Garda es asistir a su propia puesta en escena, que parece una montaña rusa construida de distintos climas emocionales. Pasa de la seriedad intensa a la soma y d absurdo cómico; de una actitud hostil o incomprensible al Charly inteligente y tierno. Ahora se acuesta en su colchón y se muestra, por el momento, desintere­sado en contestar preguntas más o menos formales acerca de su próximo proyecto. Retruca, juega con las pala­bras, mientras sus amigos se alternan para entrar, que­darse un rato y salir de la habitación. Uno de ellos, recién salido de la adolescencia, se sienta en el piso y lo escucha como a un gurú. Su jefe de prensa merodea sereno con aire de asegurarse de que esté todo bien. Otro, mensajero eventual de la empleada doméstica, llega desde la cocina para saber si Charly prefiere milanesa con papa o bife con papa. “Cé igual”, será su respuesta.
La música sube de volumen. La conversación serpen­tea de tema en tema, impulsada por asociaciones Ubres, bromas y formulaciones destinadas a descolocar. A la pre­gunta acerca de quiénes son sus pares, con quiénes se comunica, replica: “Con las prostitutas y los policías. Y aun­que trato de ampliar mi círculo social, no lo logro”. Pero Charly no pierde de vista que todo aquello que dice será impreso, que los medios masivos son parte del lienzo en el que pinta. Sabe que la prensa espera de él citas dramáticas e imaginativas. “¿Vos te creés lo que acabo de decir? Es una buena declaración, y la tenía que hacer algún día. ¿Querés más?" Reclinado, en un tono casi agresivo, lanza una enu­meración de frases recitadas de una manera tan rítmica que parecen el germen de una nueva canción: "No creo en nadie que no se emborrache nunca. No creo que haya que sufrir. No creo que haya que mentir. No creo que haya que adaptarse al submundo de no jumar, de no tomar café..."
Charly ataca contra todo aquello que percibe como una obsesión por la salud y el cuidado. Desde una perspectiva influida por el culto a la individualidad y el machismo -típi­cos de cierta veta del rock- defiende el derecho a la nicotina y patalea contra los límites y hábitos necesarios para enfren­tar a la epidemia de sida. “Antes, el amor libre era bárbaro, y hoy... ¡No se puede, loca! ¡Ojo! Estoy a favor de la prudencia porque, en su medida y armoniosamente, como decía John Stra- vinsky (la frase, en realidad, pertenece a Juan Domingo Perón), se puede hacer todo. Pero yo me he encontrado en Miami con un aduanero que me revisaba los cigarros y que quería que los destruyera. ¡Yse la creía! Así, hay mucha gente que se adapta a una subvida que es como bañarse con paraguas. ” Consciente de estar promoviendo el riesgo, se apura a aclarar: “Porfavor que no se me malinterprete. Porque kamikaze suicida no soy.
Y  que cada uno haga lo que quiera”.
Entra Miguel, el hijo de Charly, que tiene 20 años y vive en el mismo edificio que él, pero dos pisos más abajo. Interrumpe la charla porque necesita hablar urgente con su padre. Y en privado. Charly protesta un poco, pero acepta. Miguel, un chico amable de melena lánguida y mirada inteligente, es uno de los puntos luminosos en la vida de García. Cuando habla de su hijo la voz le cambia, se le satura de sensatez. “Está bien educado. ¿En qué con­siste la buena educación? En dar el ejemplo. Y en poner un poco de agua, porque laplantita crece sola.” Acerca, de su relación actual con Miguel, Charly explica: “Somos dos, vivimos juntos y tenemos una visión muy definida de cómo es el asunto. Obviamente, ápartiapa más que cualquier otro chico de los proyectos de su papá, que tiene 46. Yo, a su edad, no participaba de los proyectos de mi viejo. Recién nos jun­tamos en otra época de la vida”.
La conversación es caótica y, por momentos, viene con­dimentada con desafíos del tipo: “Yo no invento nada; no tengo ideas; todo lo que digo lo leí o lo vi en una película" y “odio a los músicos, a los actores y a los creativos publicita­rios”. Si por momentos Charly parece perderse en el laberinto de süs propios devaneos, es evidente que mantiene un ojito controlador sobre todo lo que está sucediendo.
Y   se divierte manipulando el desconcierto que provoca. Sobre su relación con la prensa, explica que la usa para mandar mensajes a sus amigos. “Para hablar con Merce­des (Sosa) me comunico así. Y lo que le diría es: ¡Eh, mère, ganamos! O ¡I love you! Cosas de esas que se le pueden decir a una mujer tan linda. A la Negra la adoro como amiga. Vino con una serie de planes que... ¡te encargo! El disco, Casquín, la presentación en el Lincoln Center y una serie de proyectos que se cumplieron, mientras que la gilada andaba diciendo que yo...” (hace gestos que implican estar mal).
Vuelve a entrar su amigo Javier, esta vez a buscar plata. Charly saca del bolsillo un rollito de billetes agarrados con una gomita y le da. ¿Cómo se maneja con el dinero? “Gasto más de lo que tengo, así parece que tengo más. Es difí­cil guardar porque se la lleva la disco. Y el Fisco." El que entra ahora es Coy Páez, amigo, diseñador gráfico, músico y productor ejecutivo del nuevo disco de Charly, que se llamará El Aguante. Pero ¿qué es El aguante? Charly se yergue en el colchón y, acercándose nuevamente a pocos centímetros, dice con una voz tan baja y llena de inten¬ción, que asusta: “El aguante es eso que me dicen: 'Aguante, Charly’. El aguante es un rockanrol, como podía ser ‘Satis- faction’, de Los Rolling Stones. Me dicen cosos; ‘Idolo, monstruo, vieja, loco’ (loco tu abuela). Y uno recibe. Lo del aguante, lo entendí. Sentí que le estaba haciendo el aguante a Say No More, mi último proyecto",
Y ¿qué fue de Say No More? A pesar de haber sido mal recibido por la mayoría de la crítica y con indiferencia por parte del público, Charly insiste en que es una obra insuperable. Dice que no fue entendida y el fracaso lo enoja. Say No More es también la marca de un proyecto más amplio: un espacio de producción independiente también abierto a otros artistas. La concepción de esta idea, elaborada con una socia, terminó en un escandalete que fue generosamente dramatizado y expuesto en la prensa: celos entre Charly y el marido de su socia, el también músico Andrés Calamaro.
"El aguante es levantar la mano porque tenés ganas de hacer pis y que la maestra no te mire. O estar en la silla y que venga un tipo y te cague a trompadas. Oirá buscar laburo y no encontrarlo. O esperar un beso y que no venga. Y... ¡aguante, loco!" La tapa del disco tendrá la imagen de tina persona atada a una silla, a quien están por cachetear. En el reverso, habrá alguien esperando un beso que no llega. “Ya tengo dos temas, El aguante y Kill my mother (mata a mi madre) O sea, matá cualquier cosa menos a mí, porque hay gente que hace diez años que está tratando de matarme y no lo ha conseguido. Je... Je..." Estas últimas ono- matopeyas de risa no suenan nada graciosas.
Mezcla de resignación y esperanza, el aguante es un estado de ánimo con el que tal vez muchos argentinos se identifiquen; un tiempo de espera entre triste y optimista, muy acorde a un fin de milenio. El aguante tiene poderío, deriva precisamente de saber cómo esperar ¿El aguante está generalizado? “Sí, pero el que da la cara soy yo. Hay cosas horribles que han pasado, espantosísimas y yo estuve ahí también... El aguante es como Serú Giran, venían a los shows a hacer el aguante. En un momento era contra 'eso' (se refiere a la dictadura). Venían a escuchar música pero también venían a putear. Y cuando se querían llevar a uno yo agarraba al cana de los pelos..."
La conversación sigue a los tumbos, se pierde entre silencios y malentendidos. En la música de fondo se escucha la letra de una de sus canciones: "¿ Qué quieren más de mí? ¿Qué es lo quieren más de mí?”. Ahora se está inquietando y sus respuestas se tiñen de agresividad. Mil veces entrevistado, le parece que esta nota se está desarrollando en forma poco ortodoxa y le preocupa no poder predecir cuál terminará siendo su contenido. El clima es cada vez más eléctrico. Aterradora, una tijera vuela por el aire y se clava certeramente de punta en una madera. "Hago esto a menudo", dice. El ambiente es tenso. Charly decide secuestrar el casete que grabó la conversación. Lo inserta en su equipo, pero del otro lado. Y al escuchar una voz que no es la suya... se enfurece más. Se para. Camina de una habitación a-otra, hostil y enfurruñado, con el casete en la mano. Estamos casi solos: Javier, que continúa en su puesto con los huesos incrustados en el rincón izquierdo del sofá/esqueleto, se encoge de hombros y, filosófico, asegura: “El es así... hay que pasar la prueba”.
Minutos después,, se asoma un Charly vulnerable, infinitamente serio. No hay sarcasmo ni juego cuando dice en voz bajita: “Y... loca, yo no te conozco, pero vos venís acá, te metes en mi casa... Y yo no sé... ”. En su mirada hay complicidad pero, más que nada, hay cansancio. Se puede deducir que es por el escrutinio, la crítica féroz y las expectativas de que siempre revele alguna verdad... al fin y al cabo, sobre nosotros mismos.
"Charly vive expuesto -dirá más tarde Coy Páez-, Nunca lo vi con un escudo, poniendo distancia, eso no está en su esencia. El sale a la calle, los vendedores lo conocen, va a tocar rocanrol en un lugar chiquito y sucio con las mismas ganas que tocaría para cincuenta mil personas. El no es como uno de esos artistas famosos que se preservan, que tocan sólo en condiciones ideales. No le importa nada de eso, está más allá. Por eso, el ida y vuelta que tiene con la gente lo tiene de verdad. García sabe qué pasa en la calle. ”
Todo cambia. De repente, Charly ha optado por confiar: el casete está nuevamente en su lugar. La prueba pasó. Ahora exige preguntas puntuales, acotadas.
¿Cuáles son las características de tu nuevo proyecto y cómo se relaciona con proyectos anteriores?

Hace mucho que noto que grabar un disco es un hecho cada vez más antiartístico, antifilosófico, antimusical y antítodo. Los estudios de grabación se han convertido en una especie de fábrica o clínica. Hay un cierto método para hacer un disco y Say no more es todo lo contrario: en vez de hacer un boceto inicial, mi propuesta es pintar directamente de la mente a la tela. Como si fuera antimúsica. Por ejemplo, llamo a un tipo para tocar la cítara pero no le digo lo que estamos haciendo. Le doy ciertas referencias y los músicos tocan por instinto. Después, lo mezclo y hago de eso la gran pintura.
García hace una pausa, como quien chequea cuánto interés despierta su charla. Y sigue: “No soy el único que piensa así: hay grandes músicos que hacen sus discos en un estudio casero. Yo toco y ni escucho lo que toco. Pero ojo: esto no quiere decir que no sepa lo que estoy haciendo. Es un caos

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