jueves, 1 de febrero de 2018

0734 - Tina Turner - 2004 - All The Best


Pintaban mal las cosas para ella, muy mal. Maldito karma sombrío. Sola, sin un cobre, gastando suela sobre las tablas de cuanto bo- lichito de mala muerte encontraba por Los Angeles y Las Vegas, para ganarse la vida. Ni siquiera el tiempo estaba de su lado. La ado­lescencia y la primera veintena ya se habían escurrido, despacito pero sin remedio, como arena de reloj. Los cuarenta empezaban a mordisquearle los talones.
“Esto no es vida”, se habrá dicho la negra más de una vez. Y probablemente no lo era. No después de haber sido telonera de los?.' Stones, de haber grabado cantidad de discos.  En fin, después de haber visto de cerca alguna de las caras siempre esquivas del éxito. Aquellos fueron los días dorados de la década del sesenta, cuando en los Estados Unidos se habían puesto de moda esas parejitas que intepretaban a dos corazones las alegrías y tristezas del folk y del blues, no sólo sobre los escenarios sino también en la vida cotidiana: ;, Sony and Cher, Carole King y su marido,  James Taylor y Carly Simón y, por supuesto, ella y su hombre: Ike and Tina Tumer.
Pero el modesto éxito que los morenos ha­bían alcanzado con enorme esfuerzo -y exce­lentes covers de “Get back” (Lennon-Mc Cartney) y “Proud Mary” (John Fogerty)- se hizo pedazos entre cinturonazos, puntapiés, viola­ciones y otras ternuritas que el bueno de Ike solía prodigarle a su adorada mujer.

Noches sin luna
Entonces comenzó el desfile de vacas flacas. Años de estrecheces económicas y ar­tísticas para la reina acida del soul, hasta que el hada madrina llegó, detrás de los lentes os­curos de un astuto productor discográfico, para convertir en carrozas las calabazas con las que la vida intentaba machucar el espí­ritu de la explosiva Tina. Comenzábamos a fumarnos la segunda mitad de los ochenta y la dueña de las piernas más calientes del rock estrenaba “Prívate Dancer”, un disco espec­tacular que colocaba las asentaderas de la diosa sobre un merecido trono hecho a su medida.
Ahora sí que la muchacha cabalgaba sobre el éxito verdadero. Ya no se trataba de simu­lacros ni de tibios reconocimientos. Tina, reina despiadada, ya podía lucir su propio collar, con los corazones de millones de fans en todo el mundo, ensartados uno a uno por sus tacos aguja.
Dueña de una de esas voces intravenosas, sensualotas y cargadas que empiezan por cosquillear en el estómago y crecen hasta hacerte puré las neuronas, la chica de Nutbush City es esa vieja leona de los escenarios que a los 54 años todavía conserva la imagen arquetípica de la mujer sexual. Aunque por el mo­mento abandonó las pelucas de melena fron­dosa y exuberante, sigue fiel a las minifaldas brevísimas y ajustadas, los tajos, el cuero, las transparencias, los tacos altos y las medias de red que enfundan esas estupendas columnas de ébano sobre las que se estremece una de las leyendas más subyugantes de la historia del rock. .
“Durante años, los críticos se han fijado más en el aspecto sensual de nuestras actua­ciones junto a Ike Tumer que en la música o nuestra habilidad para interpretarla -decía Tina en 1976, cuando iniciaba su carrera so­lista- Pero a. mí nunca me pareció que fueramos agresivos. A pesar de mi salvajismo sobre el escenario, sé que no pierdo mi femi­neidad”.
Tres años después de “Prívate Dancer” -que incluía una bellísima versión blusera y desgarrada de “Help”, el clásico de los Beatles- llegó “Break every rule” con temas muy al estilo de Tina como “Typical Male”, “Wat you get is what you see” y “Paradise is here”, además de un par de canciones es­critas por Mark Knopfler y David Bowie. “David y Mick (Jagger) son los dos artistas más excitantes con los que trabajé”. .
Pero además de excitante, Mick también fue un amigóte de aquéllos. En más de una oportunidad se la llevó a Tina y al huraño Ike como teloneros en las giras de los Stonés. Y cuando las cosas se pusieron difíciles para la negra, Jagger y sus muchachos tendieron una mano salvadora. Mick la admiraba y la mimaba. Y nunca perdió oportunidad de con­fesar que había aprendido a moverse sobre un escenario viendo las actuaciones de Tina. Así, desde el regreso triunfal de la negra, cada vez que las dos bestias coincidieron so­bre las tablas, la temperatura subió hasta re­ventar las gargantas de miles de incondicio­nales, entregados al delirio en cuerpo y alma. Entonces, era comun que Mick le arrancara de un tirón la diminuta minifalda y Tina res­pondiera acariciándole las piernas con sus míticas medias de red.


Con el diablo en los zapatos
“La criatura que Dios puso sobre la Tierra para enseñar a las mujeres a bailar con tacos altos”, según deliran algunos. Simplemente una mina chabacana, que se -mueve con la gracia de un orangután y abre la bocaza mu­cho más de lo que recomiendan las buenas costumbres, según otros. Lo cierto es que Tina siempre sacudió sus muslos taconeando sobre el filo que separa lo hipersensual de la vulgaridad. Porque la chica nunca fue una nena buena, de esas que el gesto más sexy que se permitían era descansar delicada­mente las manos sobre las caderas mientras adelantaban un piecito con la rodilla flexionada, y así se quedaban, estáticas, durante todo el recital. Tampoco cultivó ese código es­cénico de muñequita erótica que impuso Ma­donna en la década del ochenta, cuando Tina volvía de su propio entierro. Lejos de la sen­sualidad naive de los sesenta y de las coreo­grafías de salón, estudiadamente provoca­tivas de la era madonniana, la negra dorada se permitía saltar, correr, juntar y separar las rodillas o arquear los brazos como una marioneta descuajeringada. Transpirar la pe­luca y la camiseta. 
Durante su última gira internacional, Tina pisó nuestras tierras gauchas. Los adictos a la mujer dinamita lo sabrán bien, apretujados como sardinas bajó el calor sofocante de aquella luna del 3 dé enero de 1988, cuando la señora regaló por anticipado una versión pa­gana y caliente de la noche de Reyes Magos.
Claro, no sólo los pobres mortales caíamos como moscas a los pies de la negra caníbal.
Gente very VIP se banco una estoica espera de una hora para ver de cerca, aunque tan- sólo fuera por unos pocos segundos, el rostro de Mrs. Tumer. Allí estaban, muy puestos y vestidos para la ocasión, el senador Femando de La Rúa -de saco y corbata-, el intendente Facundo Suárez Lastra -de elegante sport- y el entonces gobernador Carlos Menem -con vanguardista camisa negra plagada de exó­ticos arabescos blancos- según dan cuenta las crónicas de lá época. Costó convencer a Tina de que recibiera a los políticos convo­cados por Pepsi, la empresa que auspiciaba el recital Pero aunque el ágape preparado por los creadores de la dulce bebida marrón hizo burbujas por los cuatro costados, los señores finalmente fueron recibidos breve pero cortésmente en el camarín de la estrella.
Inquieta, hipéracüva, la diminuta Tina también supo curtir cine. Lá primera vez fue en 1971, cuando apareció junto con Ike durante un concierto, en el largometraje “Talking off”, de Milos Forman. Cuatro años después llegó la consagración con el papel que la rebautizó para el resto de sus días. Tina fue la Reina Acida de “Tommy”, la película del pirado Ken Russell, sobre la ópera rock que escribió Pete Townshend, el monstruito de “The Who”, otro de esos que le escapan a la cordura. Lo último de la negra fue Mad Max en 1984, como Aunt Entity junto a Mel Gibson. Y aunque cuatro años después decidió abandonar los escenarios para dedicarse de lleno al cine, lo cierto es que no hizo dema­siado, a excepción de un proyecto que no la cuenta como protagonista: la película basada en su autobiografía, “I, Tina”, que protagoni­zan Angela Bassett y Larry Fishbume.
Mística, aparentemente apolítica, la mo­rena parece preferir las riquezas que engor­dan los bolsillos del espíritu. “El dinero no nos hace completamente felices. Es hermoso tener una posición confortable después de años de no tener nada. Pero en la vida, lo más importante es tu corazón y tu alma. Vos ves a un montón de gente que ha alcanzado todo y demasiado tarde comienza a comprender cuál es el verdadero regalo de la vida: el amor”.

La pantera acecha otrá vez
Por estos días la muchacha de las pelúcas se prepara para el regreso. Con nuevo disco bajo el brazo“What’s Iove got to do with it?”, una recorrida por los momentos más grossos de su carrera y a punto de parir su primera gira americana, después , de seis años de calma chicha, Tina desanda entrañables ca­minos recorridos hace mucho tiempo. “Cuando canté por primera vez algunas canciones como Rock Me Baby, A fool in lóve o Nutbush City Limits, yo era todavía una mu­jer niña. Y no estoy muy segura de en ese mo­mento comprendiera en su totalidad él poder qué esos temas encerraban. Ahora sí lo com­prendo. Cantarlos otra vez es como revisitar el pasado, sólo con la convicción y el abso­luto conocimiento de que todos mis sueños más salvajes se convertirían en realidad”.
Alguna vez Tina dijo que la belleza negra “es dulce a los veinte años, exuberante a los treinta, pero a los cuarenta es decididamente inquietante”. Y como las cosas siempre pue­den mejorar, ahora, a una edad en que mu­chas de sus compañeras de ruta han tirado la toalla y perdido por KO el último round con­tra los fantasmas de la vejez, la amazona ne­gra todavía se. monta los retoves de los años con pericia admirable.
“La vida es dura, pero no tanto como yo”, bromea. Y tal vez el comentario sea una buena síntesis de la vida de esta mujer-huracán que lo tuvo todo, lo perdió todo y lo vol­vió a recuperar. Y cuando apenas le faltan, seis años para llegar a los sesenta, todavía tiene el descaro de exhibir las piernas más deseadas y envidiadas del mundo. No es poco, para una muchachita pobre, de color, que nació al sur de los Estados Unidos.


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