jueves, 15 de febrero de 2018

0939 - Leo Masliah - 1985 - Sin Novedad

GOTA DE AGUA


Homelet lle­gó a su casa suma­mente agita­do, respiran­do por la boca, deseando no haber tenido lengua, para poder hacer un mayor aco­pio de aire en cada inspira­ción.

-¡No sabés, no sabés lo que me pasó! - dijo, con voz Diesel-, Fui a casa de mi tía y entre los dos, tenedor va, te­nedor viene, nos terminamos comiendo un cordero entero.

-¡Pantagruélico! -contestó Zulma. Estaba descansando co­mo una gelatina rosada en el si­llón de la entrada, sosteniendo un cigarrillo con la mano dere­cha y otro con la izquierda, y ti­rando las respectivas cenizas en dos ceniceros armoniosa­mente distribuidos sobre los dos brazos del sillón.

-Entonces, mientras tomába­mos el café, me dijo que con el doctor Pérez estuvo urdiendo un plan de eutanasia para Abuela.

-¡Maquiavélico! -dijo Zulma.
-Sí. Porque parece que mis­mo así, postrada como está, Abuela no le permite usar el auto. La única forma de que la tía lo tenga es que Abuela se lo legue, y para eso se tiene que morir. Pero si se moría hoy, el auto se lo iba a quedar el Esta­do, porque Abuela nunca pagó la patente. Por eso, después del café, la tía me pidió que la acompañara a la Intendencia a pagar. ¡Vos no sabés! Nos tuvie­ron toda la bendita tarde man­dándonos de un piso a otro.
-¡Kafkiano! -dijo Zulma.
Homelet le arrebató de la mano uno de los cigarrillos y pitó cuatro veces sin interrup­ción.
-Sí, nos tenían de hijos -dijo-. Pero al final me cansé, y me metí en una de las oficinas de oficinas de prepo, y me puse a saltar de escritorio en escritorio, patean­do papeles y monitores.
-¡Quijotesco! -dijo Zulma, re­cuperando su cigarrillo y utili­zándolo para encender otro. 
-Entonces alguien me de­nunció, y vino a detenerme un policía -siguió Homelet-, pero hubieras visto lo que era: los hombros no le llegaban a los pupitres, era un policía ena­no. 
-¡Liliputiense! -dijo Zulma. 
-No, liliputiense no. Dije ena­no. Homelet dijo esto en tono súbitamente calmo y severo, en contraste con el desaforado acelere que había pautado su relato hasta ese momento. Zulma no replicó.

-Le pateé la cabeza y seguí corriendo por los escritorios -retomó Home­let-, y entonces pasó algo muy curioso: todos los empleados de la sección se pusieron a imitarme, su­biéndose a los ficheros, a los PCU y a los anaqueles, y empezaron guerrillas de carpetas, y...


¡Felliniano! -lo interrumpió Zulma.

-¡Basta! -dijo él-. No sigas con eso, porque te juro que me vuelvo a lo de la tía.

-¡Edípico! -respondió ella.

-¿Qué querés decir? -saltó Homelet-, ¡Ni se te ocurra pen­sar así! Te puedo asegurar que entre la tía y yo jamás hubo el menor atisbo de sexo.

-¡Platónico! -dijo Zulma.

Homelet montó en cólera. Tuvo el impulso de golpear a Zulma, pero en lugar de eso, le arrancó otro cigarrillo de la mano y pitó varias veces. Eso le provocó un terrible acceso de tos y terminó vomitando el cordero, algunas de cuyas par­tes, muy poco masticadas, aún conservaban su forma origi­nal.
-¡Surrealista! -dijo Zulma.
-¡Vos sos muy cuadrada! -di­jo Homelet, limpiándose la bo­ca con una manga-. No sé por qué tenés que encasillar todo de esa manera. La realidad no es tan simple, tiene sus veri­cuetos, sus vueltas, sus recove­cos...
-¡Barroco! -dijo Zulma.
-¡P#H* que te p#(r)f*!, con vos no se puede hablar. Parece que cualquier cosa que uno diga tiene su referente en tu lista de adjetivos. ¿Cómo hacés? ¿Los tenés numerados? A ver, ¿cuál es el número que corresponde a esto que te estoy diciendo ahora? 
-¡Pitagórico! -dijo Zulma. 
-Pitagórico Mahoma -dijo Homelet-. Vos no parecés una persona, parecés una tabla de logaritmos. Date un poco de vi­da, mija, liberá tu alma. 
-¡Cartesiano! -dijo Zulma. 
Homelet no dijo nada. Sacó otro cigarrillo encendido de la mano de Zulma, y le puso la bra­sa sobre el tapizado del sillón. Sopló hasta que se formó una llamita, que fue creciendo has­ta envolver a Zulma en fuego. 
Ella no opuso resistencia. Simplemente, antes de que las llamas le comieran la cara, di­jo: 
-¡Prometeico!

Leo Masliah

1 comentario:

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