GOTA DE AGUA
Homelet llegó a su casa sumamente agitado, respirando por la boca, deseando no haber tenido lengua, para poder hacer un mayor acopio de aire en cada inspiración.
-¡No sabés, no sabés lo que me pasó! - dijo, con voz Diesel-, Fui a casa de mi tía y entre los dos, tenedor va, tenedor viene, nos terminamos comiendo un cordero entero.
-¡Pantagruélico! -contestó Zulma. Estaba descansando como una gelatina rosada en el sillón de la entrada, sosteniendo un cigarrillo con la mano derecha y otro con la izquierda, y tirando las respectivas cenizas en dos ceniceros armoniosamente distribuidos sobre los dos brazos del sillón.
-Entonces, mientras tomábamos el café, me dijo que con el doctor Pérez estuvo urdiendo un plan de eutanasia para Abuela.
-¡Maquiavélico! -dijo Zulma.
-Sí. Porque parece que mismo así, postrada como está, Abuela no le permite usar el auto. La única forma de que la tía lo tenga es que Abuela se lo legue, y para eso se tiene que morir. Pero si se moría hoy, el auto se lo iba a quedar el Estado, porque Abuela nunca pagó la patente. Por eso, después del café, la tía me pidió que la acompañara a la Intendencia a pagar. ¡Vos no sabés! Nos tuvieron toda la bendita tarde mandándonos de un piso a otro.
-¡Kafkiano! -dijo Zulma.
Homelet le arrebató de la mano uno de los cigarrillos y pitó cuatro veces sin interrupción.
-Sí, nos tenían de hijos -dijo-. Pero al final me cansé, y me metí en una de las oficinas de oficinas de prepo, y me puse a saltar de escritorio en escritorio, pateando papeles y monitores.
-¡Quijotesco! -dijo Zulma, recuperando su cigarrillo y utilizándolo para encender otro.
-Entonces alguien me denunció, y vino a detenerme un policía -siguió Homelet-, pero hubieras visto lo que era: los hombros no le llegaban a los pupitres, era un policía enano.
-¡Liliputiense! -dijo Zulma.
-No, liliputiense no. Dije enano. Homelet dijo esto en tono súbitamente calmo y severo, en contraste con el desaforado acelere que había pautado su relato hasta ese momento. Zulma no replicó.
-Le pateé la cabeza y seguí corriendo por los escritorios -retomó Homelet-, y entonces pasó algo muy curioso: todos los empleados de la sección se pusieron a imitarme, subiéndose a los ficheros, a los PCU y a los anaqueles, y empezaron guerrillas de carpetas, y...
¡Felliniano! -lo interrumpió Zulma.
-¡Basta! -dijo él-. No sigas con eso, porque te juro que me vuelvo a lo de la tía.
-¡Edípico! -respondió ella.
-¿Qué querés decir? -saltó Homelet-, ¡Ni se te ocurra pensar así! Te puedo asegurar que entre la tía y yo jamás hubo el menor atisbo de sexo.
-¡Platónico! -dijo Zulma.
Homelet montó en cólera. Tuvo el impulso de golpear a Zulma, pero en lugar de eso, le arrancó otro cigarrillo de la mano y pitó varias veces. Eso le provocó un terrible acceso de tos y terminó vomitando el cordero, algunas de cuyas partes, muy poco masticadas, aún conservaban su forma original.
-¡Surrealista! -dijo Zulma.
-¡Vos sos muy cuadrada! -dijo Homelet, limpiándose la boca con una manga-. No sé por qué tenés que encasillar todo de esa manera. La realidad no es tan simple, tiene sus vericuetos, sus vueltas, sus recovecos...
-¡Barroco! -dijo Zulma.
-¡P#H* que te p#(r)f*!, con vos no se puede hablar. Parece que cualquier cosa que uno diga tiene su referente en tu lista de adjetivos. ¿Cómo hacés? ¿Los tenés numerados? A ver, ¿cuál es el número que corresponde a esto que te estoy diciendo ahora?
-¡Pitagórico! -dijo Zulma.
-Pitagórico Mahoma -dijo Homelet-. Vos no parecés una persona, parecés una tabla de logaritmos. Date un poco de vida, mija, liberá tu alma.
-¡Cartesiano! -dijo Zulma.
Homelet no dijo nada. Sacó otro cigarrillo encendido de la mano de Zulma, y le puso la brasa sobre el tapizado del sillón. Sopló hasta que se formó una llamita, que fue creciendo hasta envolver a Zulma en fuego.
Ella no opuso resistencia. Simplemente, antes de que las llamas le comieran la cara, dijo:
-¡Prometeico!
Leo Masliah
La Nacion Febrero(25)- Marzo (2)
Un verdadero genio musical, rara avis a veces poco comprendido.
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