Cocktel de Calamaro
Retrato: una excusa cualquiera para el
reencuentro con el rocker argentino que un día llegó Madrid para
quedarse. Se llama Calamaro, pero pueden decirle Rodriguez porque el chico responde.
Buenos Aires. Humedad. Siete de la tarde. El
salón es largo, como de treinta metros. En las mesas de adelante algunos
solitarios miran rodar la vida por Callao. Un poco más atrás el humo se corta con una navaja, unos tipos,
fuman y juegan al dominó, otros se pasan señales de truco furioso. Los menos
dejan rodar algunos dados sobre la mesa. Todos tienen olor a oficina en lá piel y el nudo
de la . corbata flojo. En el fondo, bajo una luz blanca fosforescente, el
verde de los paños de las mesas de billar parece más verde. Carambola. ' '
Nuestro hombre calza jeans, es espigado, tiene
una camisa roja fuera del pantalón y no parpadea cuando se dispara el flash.
Andrés Calamaro está en la ciudad desde hace algunos días y parece a gusto en
el bar La Academia: Ya perdió la cuenta de cuántas entrevistas realizó, pero
no se queja. “Me encanta conversar -acepta-, pese a que soy músico es la única
forma que conozco de comunicarme con la gente. Conversando es cuando me doy .cuenta que tengo, algo para.decir." Los Rodríguez, su agrupación hispano-argento; está haciendo capote allá en la península.
Su última placa, Sin documentos, fue recibida con elogios por la prensa
especializada. Ya lleva 20.000 copias vendidas en España y en estos días
se lanza en la Argentina.
El tipo se siente parte de un barco que se
pone en movimiento. Hace dos años que cruzó el océano y la perseverancia ya
rinde frutos. En el camino de Los Rodríguez quedaron Buena suerte, su álbum
debut (aquel del árchidifundido Mi enfermedad, popularizado aquí, en la voz
de Fabi Cantilo) y el Disco Pirata, un compendio de canciones en vivo. La
tercera es la vencida, parece, si se le puede llamar suerte a vender más de lo
corriente.
“Ya dicen que la cultura judeo cristiana se
recrea con sus propias desgracias. Si me fuera mal te lo estaría diciendo con
orgullo. Yo no soy optimista por naturaleza, pero bueno...”. Nuestro hombre se
sabe parado en el umbral de un triunfo inminente. Genio porque sí, siempre fue
de vender poco. Ahora le acaricia las piernas al éxito. Hora de pasar el
rastrillo o de derretir en la boca la fruta madura,
Calamaro tiene 31 años pero ya es un
veterano. En su currículum se anotan Los Abuelos de la Nada, varios escenarios
compartidos con Charly García y Fito Páez, cuatro discos como solista y la
producción de numerosas bandas. Calamaro es un patriarca de la generación que
nació por los 60. Calamaro se alegra: “Mi generación es hija del Proceso. Fito
es el rey. Es la primera vez que alguien de esta generación hace ruido tan
fuerte. Nosotros éramos siempre los más jovencitos de los grupos. La cosa
empezó a cambiar en los 80 y nos doctoramos en los 90”.
La dicha en movimiento. Andrés se fue hace dos años pero hace hacia mucho fantaseaba con la idea.
Con el proyecto bajo el brazo se asoció con su compatriota Ariel Roth, el ex Tequila1, que sumó para el combo al guitarrista español Julián Infante y al batería Germán Vilella. Aunque ahora diga que se debería haber ido hace 10 años para ya estar de vuelta, no se lo ve demasiado arrepéntido. Los deseos son sólo eso: deseos, y la vida es un viaje.
De Retiro a Malasaña
La primera vez que Calamaro, tecladista consumado, puso su mano, sobre un instrumentó, fue a los 8 años. Su primer amor resultó ser un acordeón y acaba de volver a él para la grabación de Salud, dinero y amor, uno de los temas de su última creación. De su infancia en su casa, de avenida Libertado rfrente a Retiro, todavía recuerda sus juguetes: un bombo; un tambor y una batería a los 12 años.
No se pone nostálgico cuando repasa en voz alta los versos de la primera canción que escribió: “Estaba en cuarto grado y un amigo me dio un, título para que me inspirara y compusiera una letra, pero resultó ser un1 título trucho: Chica de paragüas era también el nombré de una canción de Los Gatos. Aquella canción primeriza decía más o menos: «Chica de paraguas, yo te vi/ saliste corriendo y yo te seguí/ entraste a tu casa y yo te perdí». No sé cómo terminaba pero venía por el lado de la rima gris”, dice.
Con el proyecto bajo el brazo se asoció con su compatriota Ariel Roth, el ex Tequila1, que sumó para el combo al guitarrista español Julián Infante y al batería Germán Vilella. Aunque ahora diga que se debería haber ido hace 10 años para ya estar de vuelta, no se lo ve demasiado arrepéntido. Los deseos son sólo eso: deseos, y la vida es un viaje.
De Retiro a Malasaña
La primera vez que Calamaro, tecladista consumado, puso su mano, sobre un instrumentó, fue a los 8 años. Su primer amor resultó ser un acordeón y acaba de volver a él para la grabación de Salud, dinero y amor, uno de los temas de su última creación. De su infancia en su casa, de avenida Libertado rfrente a Retiro, todavía recuerda sus juguetes: un bombo; un tambor y una batería a los 12 años.
No se pone nostálgico cuando repasa en voz alta los versos de la primera canción que escribió: “Estaba en cuarto grado y un amigo me dio un, título para que me inspirara y compusiera una letra, pero resultó ser un1 título trucho: Chica de paragüas era también el nombré de una canción de Los Gatos. Aquella canción primeriza decía más o menos: «Chica de paraguas, yo te vi/ saliste corriendo y yo te seguí/ entraste a tu casa y yo te perdí». No sé cómo terminaba pero venía por el lado de la rima gris”, dice.
Ahora en España vive en la calle del Pez, en
el barrio de Malasaña, “un barrio cosmopolita, con población de los cinco
continentes, un barrio pintoresco, castigado por los años, la inmigración, la crisis y la policía”.
Calamaro -que de no haber sido músico hubiese
preferido ser cocinero, taxista o periodista- llama todas las mañanas a Buenos
Aires. Y no es que extrañe. Cóctel de Calamaro es el nombre del micro de 5
minutos que todos los días de la semana sale al aire pór Radio Uno.
Días de radio
Calamaro es verborrágico. Por momentos le
habla al grabador. A veces mira a los ojos. Se lo ve bien, parece a gusto. En
el bar cada vez hay más mesas de billar ocupadas. A razón de 5 pesos la hora,
los billaristas le ponen tiza al taco y se sacan chispas. Por ahí chocan dos
vasos en un brindis perdido.
Calamaro no es modesto cuando dice que “cuándo
con Pipo ya estábamos hablando, todos los que ahora son rock stars en la radio
y en la tevé estaban haciendo banco”. Se refiere a sus días de radio en 1985 y
86. Pipo no es otro que Pipo Cipollati, alguna vez Pipo Látex en los tiempos
del Einstein. “Juntos nos adelantamos a esta radio amateur que ahora es pan de
todos los días”, escupe el muchacho, que también supo estar en la caja boba en
un programa que se llamaba Videos- copio.
Advenedizo transgresor radial, los miércoles
del año pasado tuvo su agosto en una emisora madrileña: “Era el programa de una miga
-cuenta-, iba de 2 a 6 de la mañana, nosotros hablábamos, manejábamos la
consola y atendíamos los llamados”.
Los
Rodríguez tocaron dos veces en la Argentina, primero en Cemento y después en
Obras, en la primavera del 92, compartiendo cartel con la Cantilo. Volverán en
octubre. En esta incursión tercermundista las únicas presentaciones fueron
televisivas, dos, en el programa de su amigo Tinelli.
Hablando sobre el panorama del rock en este
rincón del mundo, la masividad que alcanzaron los rockers argentos en los 90
lo sorprende. Ante el fenómeno es ambigüo, cortés y desconsiderado. Se alegra
de la inserción social del rock pero alerta sobre “una urgencia por
vulgarizarse". No da nombres, pero las palabras golpean como un directo al
hígado: “Parece que los rockeros tuvieran el pelo largo dentro 'de la cabeza
-casi gruñe-. Ahora cualquiera que no tiene nada que decir se calza una
campera de cuero, pone cara de malo y ya está. Que yo recuerde el rock siempre
fue cool, elegante y moderno”.
¿Un nostálgico? ¿Un rebelde? ¿Un exquisito?
¿Música placer de pocos o mal de muchos? ¿El rock, el opio de los pueblos?
¿Qué diablos?. Nada. Calamaro. Simplemente Andrés. Déjalo ser.
Stop. El grabador se apaga. Los oficinistas
apuran otra carambola. Calamaro termina su coca y le dá el único mordisco a su
pebete de jamón y queso. Afuera llovizna.
Juan Carlos Aznarez
Andrés Calamaro: canto, piano, percusión, sintetizador, acordeón y voces.
Litto Nebbia: guitarra, sintetizadores, melódica, percusión
y coros.
Ariel Minimal: guitarra, coros y percusión.
Federico Boaglio: bajo eléctrico y percusión.
Daniel Colombres: batería.
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