He aquí un hombre frente a su piano. Mejor dicho, tres hombres frente a la música y al problema de la creación. No sólo decen ahondar en una obra dada, sino que deben proyectar el propio espíritu . sobre ella; remover las fuerzas profundas que conmueven a un intérprete.
Villegas y su piano ante una doble exigencia: Villegas está ante Chopin y tiene que crear, pero debe dejar vivir en la creación la esencia de la obra. Y además, debe hacer jazz; dentro de ciertos límites, claro. Chopin ha dejado en los 24 Preludios algo de su torturado espíritu, rastros de su sangre; pensamientos, pasiones que todavía resuenan. Y gran parte de esta sustancia (pese a la improvisación que impone el jazz) tiene que llegar al oyente, debe sobrevivir.
Dos horas de ensayos antes de la grabación; más de cien años transcurridos separan, al compositor, de una música que no conoció; otros ritmos, otra manera de contemplar y sentir el mundo.
Dos horas de ensayos y una preocupación incesante: respetar a Chopin. es decir, hacer jazz pero conservando, utilizando todo lo que su música tiene de utilizable.
Ya sabemos quién es Villegas frente al jazz, y también sabemos en Buenos Aires quién es Villegas ante la música de concierto. Durante años ha penetrado pacientemente en los secretos de muchos compositores.' Sin este requisito previo no es posible una ejecución equilibrada.
No se recrea un ambiente sin conocer sus caminos, sus' senderos ocultos; sin poder vadear sus torrentes, las grandes fuerzas anímicas que lo cruzan. Y ésta es una tarea de amor y de constancia. Ahora, a este clima musical dé los Preludios hay que fundirlo con el jazz; y algunos se preguntan ¿es lícito hacerlo?
El compositor ha dicho algo en su lenguaje personal; ¿se podría decir en otra forma? ¿Injertar variantes? El día y la noche, el dolor o la alegría, la luz y la sombra que el creador incluyó en la obra ¿aceptan otro matiz? ¿Será la sombra más fresca, el goce más intenso? Fabien Sevitzky me decía: “No veo inconveniente en que se grabe en jazz a los grandes maestros; todo es música. E inclusive permite a los que ignoran estas creaciones que penetran en ellas, aunque sea obedeciendo a otro impulso”. Pocos días antes de la grabación, afirmaba un amigo: “¿Grabar Chopin?, es una irreverencia. El problema no sólo es respetar una partitura. La inclusión de un ritmo ya significa el falseamiento del espíritu con que se concibió la obra”.
Yo aseguro que si algo se respeta en esta? versiones de los 24 Preludios, es el espíritu ; pese a habérseles añadido otro matiz que sólo el jazz puede proporcionar. Jazz. sí. pero Chopin también. Aqui encontramos la melodía de Chopin,ésa tan particular que no puede confundirse jamás con la de ningún otro compositor. Seguimos distinguiendo la frase melodica suelta sin violencia sin sobresaltos: llena de seduccion y poesia.
Todo su refinamiento armónico y melódico. Y las frases aparecen, se esfuman, vuelven, giran, se oscurecen, se iluminan. Percibimos sus expresivos acentos.
Veamos qué más podemos descubrir en estos Preludios, al margen de una técnica. Jorge Sand asegura qué algunas de estas obras sugieren a la imaginación visiones de monjes difuntos y ecos de cantos funerales; otros son suaves melodías y le fueron inspiradas en horas de luz y de salud, cuando oía, a lo lejos, el rasguear de las guitarras en Mallorca; otras son profundamente tristes, y al tiempo que deleitan el oído desgarran el corazón. Ciertos críticos piensan que son breves ideas musicales surgidas en cualquier parte, durante sus viajes, simples apuntaciones que esperaban un mayor desarrollo con el tiempo. Admirablemente certera es la frase de Schumann: “Croquis, o si se quiere, ruinas; alas de águila desgarradas. Una rarísima mezcla. Pero cada pieza lleva escrita su firma: Federico Chopin la compuso”.
Sea cual fuere la realidad, queda en ellas la intensa poesía de un alma, de un hombre que amó y sufrió como todos los hombres de su tiempo; como todos los hombres de todos los tiempos. Y en estas ejecuciones de Villegas encontramos realmente el espíritu de los Preludios. Seguimos pensando, con Schumann: Chopin los compuso. Desde la energía que yace y se manifiesta en el primero, o la tristeza del . segundo, hasta el arrebato, la pasión que refleja el último. Y vemos cruzar a través ‘le todos, y sucesivamente, la alegría y el dolor; música sombría y agitada a ratos, con serenidad de ánimo otros; y afecto, indignación, pasión. O simplemente un murmullo fluido y sensible; contemplación, febril angustia, confusión bélica. En fin, el contrasentido profundo y coherente de un espíritu humano. Y todo está presénte en este disco. El espíritu de Chopin.
Y frente a él, tres hombres: Villegas, López Ruiz, Casalla. Hombres del jazz, es cierto, pero también hombres* de la música; con profundo amor por la música, sin exclusiones. Me parece ver a Villegas en los instantes previos, con su nerviosismo, con su responsabilidad. Gran responsabilidad, especialmente porque estaba frente a la sombra de Chopin. Y esto es más grave, ya que la sombra de un creador genial, del que nos separan años y años, suele ser más fuerte, imponer más presencia que ia realidad material de un hombre, ya que la sombra es el genio en estado puro, sin los desfallecimientos de ia persona. Chopin, hombre, está sujeto a todos los males terrestres. La sombra de Chopin es la figura ideal que hemos ido construyendo, sin peso, pero terriblemente tiránica, sin los inconvenientes y traumas de la carne.
Creo que Villegas y sus acompañantes han triunfarlo ante las exigencias de esta sombra.
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