jueves, 1 de febrero de 2018

0739 - Robert Fripp & Brian Eno - 1975 - Evening Star

Aguafuertes rockeras
Las guitarras del señor Robert Fripp


La ñata contra el vidrio en un azul de frío no remite necesariamente al interior de un café visto desde el ventanal, pero sí a las cosas que nunca se alcanzan. Así lo creía Robert Fripp, al menos. Siempre que pasaba por Rodríguez Peña y Corrientes se demo­raba frente a la vidriera de un negocio de instrumentos musicales y señalaba, adelan­tando el mentón, a los pibes que miraban extasiados los bajos y las guitarras en exhibición- "Esto es igual que el tango, loco... estos quías nunca le van a poner un dedo encima a esas Gibsons celestiales’'
Creía que a él tampoco le tocaría esa suerte, si bien no le interesaba demasiado. Su armónica Honner le bastaba para tocar las doce canciones de Vox Dei que conocía, el resto de la música que lo hicieran otros. El pedía “¿no te sobra una moneda?” en las esquinas de los conciertos y era felis a su modo, aunque durmiera más de la cuenta en las comisarías.     
Se llamaba Pablo Inaudi, pero era el único rockero de esos tiempos que se cortaba el pelo al ras como un cepillo. “Es por la vieja”, explicaba, justificando cómo no se ganaba las lentejas. Los anteojos gruesos hicieron el resto. Aceptó el apodo hasta con alegría: “Mató, soy el Rey Carmesí".
Un observador externo, y con cierta gene­rosidad, lo hubiera llamado despistado. Una mirada más comprensiva decía que las rela­ciones entre su mundo interior y el mundo exterior no estaban bien aceitadas. Lo cierto es que era uno de esos hados que encontra­ron en el rock, en la vida de rock, una forma de no volverse del todo locos, de no ser sim­plemente los últimos orejones del tarro, aun­que irnos cuantos ya no cuenten el cuento.
Muchas veces la madrugada lo sorprendía solo en las escalentas de la estación Belgrano soplando Jeremías pies de plomo, o acompañado del borracho del andén -a quien el dinero no siempre le alcanzaba para desplomarse en Llao Llao o El Riel- compatiendo su vino y alguna que otra pastilla para la tos. “Es la Biblia, man”, le contaba en una pausa mientras el otro bailoteaba haciendo eses. El borracho se detenía y se res­tregaba los ojos, incrédulo. A pesar del atur- dimiento crónico le parecía recordar que la Biblia era otra cosa. “Mirá, Roberfrí -le de­cía-, para mí la Biblia era un libro gordo que leía el cura.” “No, loco... Vox Dei.” “Si vos lo decís.” Y continuaba la fiesta.
El otro día pasé por la esquina de Rodrí­guez Peña y Corrientes y vi cómo el tiempo sabe burlarse. La importación había poblado la vidriera de cuanto instrumento musical pudiera ocurrírsele a uno que existiera. Los pibes, sin embargo, no miraban extasiados, lo suyo era codicia. Sonaban otras voces: ;“Dale, mamá. Son doce cuotas con tarjeta, .(cómprame la Telecaster”.


Por supuesto me acordé de Robert Fripp y de una anécdota en particular, la que más me hace reír. Viajábamos los dos en el Se­senta, él sentado y yo parado a su lado. Canturreaba Shot The Monkey, que acababa de llegar a la Argentina, cuando de pronto se paró y encaró a una chica que estaba al lado mío: “Siéntese, señora”. La chica se sorprendió y balbuceó un “gracias, qué caballero, estas cosas no suelen pasar”. “Pero cómo no, en su estado todo el mundo está obligado a un gesto así”. El carterazo que le metió la gorda sonó como un piano que cae de un séptimo piso. Robert Fripp pensó que estaba embarazada
Robert Fripp no existe más. No lo mataron ni el tiempo ni la vida, sino el cansancio. Un par de matrimonios exitosos le redituaron un negocio de exportación e importación de instrumentos musicales. Hoy vende las guitarras, tiene un teléfono celular de los más pequeños y sus clientes lo llaman "Señor Inaudi”. Cuentan que cuando se estrenó Tango Feroz abandonó el cine en mitad de la proyección, exactamente cuando cantaban Presente. También dicen que estaba llorando, pero la gente habla de más. Es parte de la religión.

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