Los judíos que vivían en España desde los inicios de la era cristiana, debieron abandonar estos reinos como consecuencia del decreto de expulsión dictado por los Reyes Católicos el 31 de marzo de 1492.
Muchos partieron, pero otros decidieron convertirse e integrarse, aunque en matizada forma, a la grey cristiana. Sus descendientes contribuyeron con notables aportes al patrimonio religioso y cultural del país. Mateo Alemán, Fernando de Rojas, Teresa de Cepeda, Juan de Avila y muchos más se cuentan entre aquellos que enriquecieron y dieron esplendor a la creación literaria en idioma castellano y aportaron un exquisito sentido místico a la le católica.
Los judíos expulsados llevaron consigo un tesoro que aún guardan sus descendientes: la lengua castellana.
Dispersos por la cuenca mediterránea, los expulsados de Sefurad (denominación bíblica de España) mantuvieron durante 500 años su idioma coloquial y literario denominado sefardí, ladino o judeo español, transmitiéndolo por generaciones de padres e hijos,
La lengua original, el castellano, hablada en las aljamas, contenía, desde su origen, términos en hebreo naturalmente incrustados por la dinámica de la vida comunitaria y su singularidad religiosa y social. Al dispersarse y convivir durante siglos con pueblos de múltiples culturas y orígenes, la lengua evolucionó e incorporó nuevos vocablos, propios de cada ámbito local, lo que produjo numerosas versiones dialectales del ladino, aunque el núcleo original peninsular subsistió, permitiendo la comunicación entre las diversas comunidades sefardíes y también con otras comunidades hispano- parlantes.
Existe una frondosa literatura creada por los sefardíes en ladino que no trascendió de las fronteras del idioma, lo que no define su calidad sino el ámbito restringido en el que se plasmó, y el hecho de que se escribía con caracteres hebreos, lo que dificultaba su acceso.
En cambio pervive un ingente patrimonio musical, heredado, en una pequeña parte, de la tradición popular peninsular, acrecentado por las experiencias del exilio y por los múltiples escenarios en que se produjeron. Incluye numerosas formas, y se expresa a través de romances (generalmente de origen castellano, inactual y expresivo de un ideal mundo del medioevo, con sus guerras, palacios y amores); coplas, (que describen los hábitos comunitarios, fiestas y cierta realidad del vivir judío sefardO; endechas (cantos de homenaje a los muertos) y sobre todo el cancionero sefardí, de inagotable riqueza, elaborado en siglos de continuos aportes temáticos y musicales.
Estas canciones están vigentes y mantienen su frescura, especialmente en las comunidades sefardíes de Israel, Turquía, norte y sur de América, y entre los supervivientes del holocausto de Bulgaria, Grecia y la ex Yugoslavia. ¿ Qué relación existe entre la tradición del cancionero sefardí y los textos escritos en ladino por poetas de hoy, cantados por Dina Rot en este disco que presentamos? Tal vez en él subyace el testimonio de la supervivencia y evolución de una cultura heredada que desea pervivir.
Los poemas de Clarisse Nicoidsky y Juan Gelman, musicalizados por Dina Rot y Emilio Laguillo, son expresiones de una sensibilidad contemporánea frente a los más profundos y perennes sentimientos del ser humano, vertidos desde una subjetividad actual, distante del cancionero sefardí tradicional, aunque comparten con él un elemento en común: el idioma, el ladino, el judeo-español. Debemos diferenciar dos situaciones:
La de Clarisse Nicoidsky, de origen sefardí, para quien el ladino es el idioma de infancia, la lengua de su familia, originaria de Sarajevo. En su presentación Clarisse explica las motivaciones determinantes de su necesidad de expresarse en ladino, a pesar de haber producido la totalidad de su obra en francés. En todo caso, en Clarisse está el mandato de lo hogareño, lo coloquial recuperado, la tradición lingüística judía de Sarajevo.
La otra es la de Juan Gelman, judío de origen ashkenazí, es decir centroeuropeo, poeta argentino exiliado que se expresa en español, que siente la necesidad de escribir estos poemas en sefardí y se interroga sobre las motivaciones de su elección. Tal vez —reflexiona— porque el ladino “es una de las más profundas y exiliadas de las lenguas".
En cuanto a la música: Eduardo Laguillo, músico español, compositor e intérprete ajeno de lo judío, ha logrado descubrir y plasmar las melodías que en su profundidad albergaban los poemas.
Y, posiblemente, en muchas de las composiciones de Dina Rot, que había dedicado durante años como intérprete un especial énfasis al cancionero sefardí, se manifiesta la influencia de la cultura musical judía arraigada en su historia familiar y los latidos subyacentes, los ritmos y las cadencias de su universo latinoamericano.
Por lo tanto puede conjeturarse que no se trata de un disco de canciones sefardíes, sino de poemas en ladino musicalizados.
Por su origen, por sus formas y sensibilidad y por la conjunción de culturas que en ella confluyen, esta obra puede calificarse de creación singular.
Esta es una historia de voces amigas.
Voces que resuenan tocadas por la magia de la palabra y de la música. Digo magia porque me gusta pensar que estos poemas fueron buscándose en el tiempo: provocaron encuentros, sorprendieron en coincidencias y despertaron melodías del pasado. En mi voz vibra la de mi madre que oficia desde su dolor, y el padre de mi madre continúa el canto que quedó muy lejos en una sinagoga de Rusia y mi padre reverencia al suyo y todos juntos ofrendamos la liturgia de un arpegio inagotable. Las convoco a cantar con ellas esta historia de voces, de caminos, de exilios y desgarros. De amor siempre. La poesía de Juan Gelman me ha acompañado desde aquel poema suyo, Llamamiento que con música de Jorge Schussheim, le dio nombre a mi primer espectáculo en Buenos Aires, en el año 1969. Desde entonces su voz ha sido para mí el encuentro con la palabra inteligente y bella que siempre dice hondo y se compromete con pasión. Hace unos años Juan Gelman me envió desde París una carpeta con veintiocho poemas en ladino, escritos por él. Me pareció fascinante esta aventura poética en la que, seducido por un lengua que no era la suya creó, con su estilo enriquecido por la dulzura del nuevo sonido, imágenes de novedosa belleza. Por su historia personal Juan conoce la experiencia del exilio y refiriéndose a este trabajo suyo dice que hizo “una recreación de la poesía judeo-española en la que la sensación del exilio y del desarraigo es muy profunda”. “En el exilio, la única patria es la lengua”. Juan se había familiarizado con el ladino en Francia, a través de los poemas de una mujer sefardí. En 1994, y de la mano de otra voz amiga, Elena Romero, escritora e investigadora prestigiosa del mundo sefardí, entró en mi vida, deslumbrándome, la poesía de Clarisse Nicoidsky. Elena me habló con entusiasmo de esta poeta judeo-sefardí de origen bosnio, novelista y ensayista en lengua francesa, y me envió una copia de sus poemas en ladino. Clarisse —yo lo ignoraba— era la autora de los poemas que inspiraron y motivaron a Juan para expresarse en sefardí. Quedé atrapada por el mundo de esta mujer, por su manera de cantar la ternura, el desgarro, el amor, el exilio, la desesperanza y la generosidad de la vida que siempre tiende una mano hacia la luz. Y de esto se trata. Estoy contando la historia de este trabajo que comenzó cuando los poemas de Clarisse llamaron a los de Juan; cuando Juan me los envió y aún mi momento no había llegado; cuando Elena me entregó a Clarisse y finalmente cuando encontré en la antigua carpeta con los poemas en ladino de Juan la siguiente dedicatoria: A Aurora Bernárdez, quien además me introdujo en la poesía de Clarisse Nicoisky, diáfana como un fuego. A esto me refería al hablar de magia. He tratado de responder a esa llamada de vidas entrecruzadas y encuentros destinados a producirse. Estos poemas iluminaron dos años de mi vida y gracias a ello conocí el encantamiento. Tuve a mi lado a un músico sensible y lúcido, Eduardo Laguillo, que se comprometió y dejó envolver por el clima singular que vivimos y nos acompañó durante todo el trabajo. Siento que este ha sido un regalo inesperado de la vida: ni siquiera en alguna de mis fantasías había surgido la idea de volver a grabar un disco, aunque el canto me ha acompañado siempre. Ha sonado aún en mis silencios. Creo que estos poemas cantados, surgen de ese espacio que nunca dejó de latir.
Dina Rot
México D.F., 13 de marzo de 1996.
Querida Dina:
Acabo de llamarte por teléfono. He terminado de escuchar la grabación que esta tarde me entregó Eduardo. Y, como te dije, tengo la piel de gallina y los ojos mojados.
Mojados por la emoción de la belleza de todo, textos, música y voz en la unión que lograste. Es una unión que, quedito como dicen aquí, levanta su temblor vivo contra un mundo cada vez más dividido, egoísta y solitario. Estoy convencido de que la gente, cuando escuche esas canciones, se volverá más buena. Eso —te dije— no es un disco, es un milagro. Lo verdaderamente milagroso de los milagros (dijo Chesterton) es que a veces se producen. Lo produjiste vos, con la ayuda de Eduardo, que me parece espléndida. Le has dado a los poemas la dimensión que ocultan, y ellos se cumplen en tu voz. Podría suscitar otros rubros: por ejemplo que la música rescata una dimensión de tiempo —del tiempo de esa lengua— que exalta su permanencia, su presencia, su modernidad, como hoy se dice. Su existir, aunque algunos digan que se apaga.
Ustedes han vuelto presente lo que se supone que es pasado, es decir, han iluminado su devenir, porque el pasado siempre ha sido futuro, alguna vez. Y ese futuro siempre late, aunque parezca dormido. En ese latido está instalada para siempre. Lo que la palabra “non da, la música presta”. Y hay algo que me conmovió en particular y hasta las lágrimas: lo judío que tiembla, eterno en “Quédate cun mi” y “Onda sta la yave di tu corason”. En él está mi abuelo, un rabino perdido en las profundidades de Ucrania. Tu voz en un capítulo aparte. Nunca te la había escuchado así, con esa sencillez esencial que va y viene del fondo de las cosas, tan adentro de la lengua que canta. A lo mejor viene de lo que sufriste, también, y alcanza la belleza del candor, la más difícil de lograr, hundida en nuestro niño bajo capas y capas de dolor, de irrealidad, de tedio. Es la voz de una mujer enamorada. Ojalá siempre la conserves. Te estoy muy agradecido y no hablo de mis textos. Hablo de tu maravilla.
Te quiere, Juan
Desde que comencé a escribir me he considerado como una escritora de lengua francesa ya que este es el lenguaje que me “pertenece” y a quien “pertenesco” mas que ni un otro. Constituye la materia esencial de mi penser y de mi sentir, ma no la sola...
Mi madre era una Italiana, crecida en Trieste, de origen de Sarajevo. Mi padre crecido en Sarajevo la encontró en España (Barcelona) en 1936 donde su familia vivia a aquel tiempo.
Se fueron juntos a Francia donde se casaron, encantados por lo que descubrievan de la Frente Popular. En Lyon me naci. Muchas linguas se hablaban en casa: el italiano, el serbo croa- to, unas palabras en allemán, y un poquito de francés. Y se cantavanlas todas. Una lingua, tenian mis padres conocida de ambos: la que llamabamos, el “spaniol muestru” y que nos veniíi de nuestros abuelos, llegados al “Ottoman turco” como se decía, desde la Inquisición d’España. Este idioma havia asimilo muchas palabras de los tierras extranjeras que habían atravesados. No se tenia ninguna memoria de persecución o segregación en aquel pais que no hace mucho tiempo se llamaba la Jugoslavia.
Atravesaron la guerra como tanta gente: sufriendo, escundiendose, y al fin se salvaron con los dos niños que eramos a aquel tiempo. La mas grande parte de la familia quedada en Jugoslavia fue extremida por los Ustachis, aliados de los Nazis.
Cuando empesé a ir a la escuela el francés era para nosotros todos la lingua que teníamos de hacer nuestra. No mostrava yo gran ínteres por la otra lingua que era “de la familia”, del “secreto”, del susto y -quisas— de la vergüenza. Habia hecho de nosotros “los escondidos”. Ademas, comparandola al francés me parecía sin nobleza, sin gramatica y sin... literatura!
A los diez i siete anos descubrí los textos de Cervantes y del Lazarillo de Tormes y también que el “spaniol muestro o djidio tenia raices en lo mejor de la literatura castellana y que era precioso testimonio de una época de la lingua.
El castellano me era familiar, en vez de que a menudo, usaba palabras que dejaban muy per- plexos los maestros mios. Cuantas veces no llamé al sabato, del ebreo “shabat” o al domingos: “alhat!”.
La muerte de mi madre, fue una grande comocion. Ademas comprendi que con ella, se iba definitivamente un poco de esta lingua de mi infancia, y que para nuestra generación, la muerte de nuestros señores significaba la muerte de un lenguaje.
En esta lingua se hallaban el amor de mi madre, nuestra complicidad y nuestras risas.
Asi me atreví a escribir estos poemas para que quede la empresa de su voz. Cada vez que terminé un libro en francés me dediqué a escribir en muestru spaniol algo como un canto. No se nada de religión, o cerca nada, ma quisiera que estas palabras en la lingua perdida sean para ella, mi madre, como un kadish, repetido a menudo.
Clarise Nicoidsky
(se ha respetado el texto escrito por la autora en su redacción original)