Pintaban mal las cosas para ella, muy mal. Maldito karma
sombrío. Sola, sin un cobre, gastando suela sobre las tablas de cuanto bo-
lichito de mala muerte encontraba por Los Angeles y Las Vegas, para ganarse la
vida. Ni siquiera el tiempo estaba de su lado. La adolescencia y la primera
veintena ya se habían escurrido, despacito pero sin remedio, como arena de
reloj. Los cuarenta empezaban a mordisquearle los talones.
“Esto no es vida”, se habrá dicho la negra más de una vez. Y
probablemente no lo era. No después de haber sido telonera de los?.' Stones, de
haber grabado cantidad de discos. En fin, después de haber visto de cerca
alguna de las caras siempre esquivas del éxito. Aquellos fueron los días
dorados de la década del sesenta, cuando en los Estados Unidos se habían puesto
de moda esas parejitas que intepretaban a dos corazones las alegrías y
tristezas del folk y del blues, no sólo sobre los escenarios sino también en la
vida cotidiana: ;, Sony and Cher, Carole King y su marido, James Taylor y
Carly Simón y, por supuesto, ella y su hombre: Ike and Tina Tumer.
Pero el modesto éxito que los morenos habían alcanzado con
enorme esfuerzo -y excelentes covers de “Get back” (Lennon-Mc Cartney) y
“Proud Mary” (John Fogerty)- se hizo pedazos entre cinturonazos, puntapiés,
violaciones y otras ternuritas que el bueno de Ike solía prodigarle a su
adorada mujer.
Noches sin luna
Entonces comenzó el desfile de vacas flacas. Años de
estrecheces económicas y artísticas para la reina acida del soul, hasta que el
hada madrina llegó, detrás de los lentes oscuros de un astuto productor
discográfico, para convertir en carrozas las calabazas con las que la vida
intentaba machucar el espíritu de la explosiva Tina. Comenzábamos a fumarnos
la segunda mitad de los ochenta y la dueña de las piernas más calientes del
rock estrenaba “Prívate Dancer”, un disco espectacular que colocaba las
asentaderas de la diosa sobre un merecido trono hecho a su medida.
Ahora sí que la muchacha cabalgaba sobre el éxito verdadero.
Ya no se trataba de simulacros ni de tibios reconocimientos. Tina, reina
despiadada, ya podía lucir su propio collar, con los corazones de millones de
fans en todo el mundo, ensartados uno a uno por sus tacos aguja.
Dueña de una de esas voces intravenosas, sensualotas y
cargadas que empiezan por cosquillear en el estómago y crecen hasta hacerte
puré las neuronas, la chica de Nutbush City es esa vieja leona de los
escenarios que a los 54 años todavía conserva la imagen arquetípica de la mujer
sexual. Aunque por el momento abandonó las pelucas de melena frondosa y
exuberante, sigue fiel a las minifaldas brevísimas y ajustadas, los tajos, el
cuero, las transparencias, los tacos altos y las medias de red que enfundan
esas estupendas columnas de ébano sobre las que se estremece una de las
leyendas más subyugantes de la historia del rock. .
“Durante años, los críticos se han fijado más en el aspecto
sensual de nuestras actuaciones junto a Ike Tumer que en la música o nuestra
habilidad para interpretarla -decía Tina en 1976, cuando iniciaba su carrera solista-
Pero a. mí nunca me pareció que fueramos agresivos. A pesar de mi salvajismo
sobre el escenario, sé que no pierdo mi femineidad”.
Tres años después de “Prívate Dancer” -que incluía una
bellísima versión blusera y desgarrada de “Help”, el clásico de los Beatles-
llegó “Break every rule” con temas muy al estilo de Tina como “Typical Male”,
“Wat you get is what you see” y “Paradise is here”, además de un par de
canciones escritas por Mark Knopfler y David Bowie. “David y Mick (Jagger) son
los dos artistas más excitantes con los que trabajé”. .
Pero además de excitante, Mick también fue un amigóte de
aquéllos. En más de una oportunidad se la llevó a Tina y al huraño Ike como
teloneros en las giras de los Stonés. Y cuando las cosas se pusieron difíciles
para la negra, Jagger y sus muchachos tendieron una mano salvadora. Mick la
admiraba y la mimaba. Y nunca perdió oportunidad de confesar que había
aprendido a moverse sobre un escenario viendo las actuaciones de Tina. Así,
desde el regreso triunfal de la negra, cada vez que las dos bestias
coincidieron sobre las tablas, la temperatura subió hasta reventar las
gargantas de miles de incondicionales, entregados al delirio en cuerpo y alma.
Entonces, era comun que Mick le arrancara de un tirón la diminuta minifalda y
Tina respondiera acariciándole las piernas con sus míticas medias de red.
Con el diablo en los zapatos
“La criatura que Dios puso sobre la Tierra para enseñar a
las mujeres a bailar con tacos altos”, según deliran algunos. Simplemente una
mina chabacana, que se -mueve con la gracia de un orangután y abre la bocaza mucho
más de lo que recomiendan las buenas costumbres, según otros. Lo cierto es que
Tina siempre sacudió sus muslos taconeando sobre el filo que separa lo
hipersensual de la vulgaridad. Porque la chica nunca fue una nena buena, de
esas que el gesto más sexy que se permitían era descansar delicadamente las
manos sobre las caderas mientras adelantaban un piecito con la rodilla
flexionada, y así se quedaban, estáticas, durante todo el recital. Tampoco
cultivó ese código escénico de muñequita erótica que impuso Madonna en la
década del ochenta, cuando Tina volvía de su propio entierro. Lejos de la sensualidad
naive de los sesenta y de las coreografías de salón, estudiadamente provocativas
de la era madonniana, la negra dorada se permitía saltar, correr, juntar y
separar las rodillas o arquear los brazos como una marioneta descuajeringada.
Transpirar la peluca y la camiseta.
Durante su última gira internacional, Tina pisó nuestras
tierras gauchas. Los adictos a la mujer dinamita lo sabrán bien, apretujados
como sardinas bajó el calor sofocante de aquella luna del 3 dé enero de 1988,
cuando la señora regaló por anticipado una versión pagana y caliente de la
noche de Reyes Magos.
Claro, no sólo los pobres mortales caíamos como moscas a los
pies de la negra caníbal.
Gente very VIP se banco una estoica espera de una hora para
ver de cerca, aunque tan- sólo fuera por unos pocos segundos, el rostro de Mrs.
Tumer. Allí estaban, muy puestos y vestidos para la ocasión, el senador Femando
de La Rúa -de
saco y corbata-, el intendente Facundo Suárez Lastra -de elegante sport- y el
entonces gobernador Carlos Menem -con vanguardista camisa negra plagada de exóticos
arabescos blancos- según dan cuenta las crónicas de lá época. Costó convencer a
Tina de que recibiera a los políticos convocados por Pepsi, la empresa que
auspiciaba el recital Pero aunque el ágape preparado por los creadores de la
dulce bebida marrón hizo burbujas por los cuatro costados, los señores
finalmente fueron recibidos breve pero cortésmente en el camarín de la
estrella.
Inquieta, hipéracüva, la diminuta Tina también supo curtir
cine. Lá primera vez fue en 1971, cuando apareció junto con Ike durante un
concierto, en el largometraje “Talking off”, de Milos Forman. Cuatro años
después llegó la consagración con el papel que la rebautizó para el resto de
sus días. Tina fue la
Reina Acida de “Tommy”, la película del pirado Ken
Russell, sobre la ópera rock que escribió Pete Townshend, el monstruito de “The
Who”, otro de esos que le escapan a la cordura. Lo último de la negra fue Mad
Max en 1984, como Aunt Entity junto a Mel Gibson. Y aunque cuatro años después
decidió abandonar los escenarios para dedicarse de lleno al cine, lo cierto es
que no hizo demasiado, a excepción de un proyecto que no la cuenta como
protagonista: la película basada en su autobiografía, “I, Tina”, que protagonizan
Angela Bassett y Larry Fishbume.
Mística, aparentemente apolítica, la morena parece preferir
las riquezas que engordan los bolsillos del espíritu. “El dinero no nos hace
completamente felices. Es hermoso tener una posición confortable después de
años de no tener nada. Pero en la vida, lo más importante es tu corazón y tu
alma. Vos ves a un montón de gente que ha alcanzado todo y demasiado tarde
comienza a comprender cuál es el verdadero regalo de la vida: el amor”.
La pantera acecha otrá vez
Por estos días la muchacha de las pelúcas se prepara para el
regreso. Con nuevo disco bajo el brazo“What’s Iove got to do with it?”, una
recorrida por los momentos más grossos de su carrera y a punto de parir su
primera gira americana, después , de seis años de calma chicha, Tina desanda
entrañables caminos recorridos hace mucho tiempo. “Cuando canté por primera
vez algunas canciones como Rock Me Baby, A fool in lóve o Nutbush City Limits,
yo era todavía una mujer niña. Y no estoy muy segura de en ese momento
comprendiera en su totalidad él poder qué esos temas encerraban. Ahora sí lo
comprendo. Cantarlos otra vez es como revisitar el pasado, sólo con la
convicción y el absoluto conocimiento de que todos mis sueños más salvajes se
convertirían en realidad”.
Alguna vez Tina dijo que la belleza negra “es dulce a los
veinte años, exuberante a los treinta, pero a los cuarenta es decididamente
inquietante”. Y como las cosas siempre pueden mejorar, ahora, a una edad en
que muchas de sus compañeras de ruta han tirado la toalla y perdido por KO el
último round contra los fantasmas de la vejez, la amazona negra todavía se.
monta los retoves de los años con pericia admirable.
“La vida es dura, pero no tanto como yo”, bromea. Y tal vez
el comentario sea una buena síntesis de la vida de esta mujer-huracán que lo
tuvo todo, lo perdió todo y lo volvió a recuperar. Y cuando apenas le faltan,
seis años para llegar a los sesenta, todavía tiene el descaro de exhibir las
piernas más deseadas y envidiadas del mundo. No es poco, para una muchachita
pobre, de color, que nació al sur de los Estados Unidos.
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