Una Sinfonia De Whisky y Asfalto
Retrato urbano: con su música áspera y sus letras oxidadas, seductor a su manera y a su pesar, Tom Wáits sabe apretar el pulso de la gran ciudad.
Los pianos no beben, no. Algunos, solamente algunos (los más comprensivos) soportan las borracheras de sus dueños y siguen sonando, aunque los diez dedos hayan volcado hace rato, enredados en los vahos etílicos de algún brebaje incierto. Entonces el piano suena solo. Un poco porque, como los caballos dorados de la calesita, ya sabe a ciegas hacia dónde tiene que ir. Otro poco porque la madera es noble. Noble, silenciosa y resistente. Buena compañía cuando las ratas del tugurio te dejaron solo.
Entonces el piano sabe que tiene que tocar Muriel, y después Burma Shave y Martha. Y después decirle al barman que ya no le sirva nada más a Tom, porque si no el tipo va a tumbar ahí mismo, sobre fusas y corcheas, KO hasta la noche siguiente. ,
No es fácil ser piano, no señor. Aunque estar cerca de las manos de Tom Waits debe tener alguna ventaja. Especialmente cuando el tipo acaricia alguna de esas cancioncitas aterciopeladas de los primeros tiempos, época de Closing Time (cuando el tío era un borreguito de apenas veintitrés años), Small Change, Blue Valentine, allá por los setenta. Después la cosa cambió. Para bien, claro. Como ocurre cada vez que Waits decide echarle un bidón de gasolina y un fósforo encendido al pasado, para volver a comenzar de cero, en otra dirección.
Delirio en la ciudad
Los ochenta llegaron como Santa Claus, con la bolsa llena de regalos para el Chico rebelde de la familia Waitsosky: pasaje de regreso del infiernillo alcohólico, primeros planos en la pantalla grande, mujer y sonido nuevos. No es poco para alguien que nació en un taxi y pasó buena parte de su adolescencia durmiendo en un auto abandonado y trabajando como portero en un hotel de Los Angeles, según cuenta la leyenda que el propio clown inventó de sí mismo.
Percusiones sucias, latosas y désordenadas; bajos oscuros y profundos, como un callejón de los suburbios. Discos como Swordfish- trombones, Rain dogs o los más recientes Night on Earth y Bone Machine, son flashes surrealistas, donde los golpeteos y los sonidos más extraños se fundén como acuarelas, para sugerir lugares, tristezas y otras lloviznas del corazón. , ,
A Waits le encanta tajearse la piel con las navajas de la locura urbana. Tiene esa rara cualidad, poco habitual, de reflejar lo que no se ve. El lado oscuro del espejo. Escuchar las canciones de Tom es como sentarse en la primera fila del teatro y ver la media corrida y las pestañas postizas de la vedette o mirar por la ventana de un primer piso y encontrar el techo lleno de gatos y restos de comida del restaurante más lujoso de la ciudad. Waits escribe sobre la vida, pero la vida con minúscula de esas criaturas que, a su vez, son las minúsculas de las sociedades, ,en cualquier megalópolis.
Y, a botellazos, arranca belleza de la desolación. Y se prende de esa bandada de mariposas nocturnas, ciegas de oscuridad (Lou Reed, Bukowski) y te enseña a encontrar poesía en el ladrillo desnudo de una pared descascarada o en el zapato roto de una,chica negra que camina el, boulevard por unos dolares.
Es el rey de la noche. Pero de la otra, sin discotecas de moda, ni limosinas ni trajes de tres piezas. Con un basural por trono y una lata de cerveza abollada como corona.
Espíritu inquieto, sagitariano pura sangre, el chico ya se cargó sobre los hombros cuarenta y tres años y dos hijos. Sobre el escenario, Waits se mueve como un mono demasiado grande en una jaula demasiado pequeña. Encorva la espalda, se retuerce, le ladra al micrófono que apenas despega un, palmo del piso, sacude los brazos como un títere desesperado. “Nunca había visto alguno de mis conciertos documentados en la pantalla y cuando vi Big Time (una recopilación de recitales realizada en 1989) me sorprendí: yo pensé que era más alto. En realidad me veía a mí mismo como James Bond. Y de hecho es así como me siento arriba de un escenario: invencible, alto, hermoso. Sí, yo soy el maldito Bond. Aunque después, cuando uno se mira al espejo y comprueba que no es James Bond, es duro. Yo todavía no he podido superarlo.”
Luz, cámara, acción
Tal vez lo llevaron engañado, dorándole la píldora con que tenía la pinta de Roger Moore o de Robert Redford, el caso es que varios de los grandes consiguieron más de una vez que el monigote desgarbado pusiera los huesos delante de las cámaras. Francis Coppola lo dirigió cuatro veces: en Rumble Fish, Outsiders, Cotton Club y Drácula, además de encargarle la banda sonora de One From the Heart. “Con Francis trabajo muy bien. Es un tipo muy solitario. Es un innovador en constante lucha con la tecnología, con los nuevos inventos y sus aplicaciones en el cine.”
Filmó tres veces juntó a Jim Jarmusch: como protagonista y compositor de la música en Down by Law, en la voz de un personaje de Mistery Train y a cargo de las canciones , de Night on Earth.
También trabajó junto al argentino Héctor Babenco en Ironweed (El amor es un eterno vagabundo) y la más reciente Jugando en los campos del Señor. “Héctor está increíblemente loco. Parece un director de documentales y tiene un delirio de persecución religiosa divertidísimo.”
Además, Terry Gilliam lo contó entre sus huestes para The Fisher King, Jack Nicholson lo dirigió en The two Jacks, Robert Dornheim en, Cold Feet, Robert Frank en Candy Mountain y Cris Blum en Big Time.
Pero, curiosamente, el debut cinématográfico se dio de la manaza de un tipo con el que poco tiene que ver su rollo artístico y su mirada de la vida. En 1978, Sylvester Stallone convocó a Waits para Paradise Alley.
Feo, para nada sexy, pero con una voz cávemosa que te derrite la sesera si te arrulla al oído Muriel o Nobody, Waits tiene la magia de un encantador de víboras y quema como un diablillo rojo y ardiente. Si uno se deja llevar, el paseo seguramente incluirá barcitos de mala muerte, damas nocturnas, marineros del asfalto y todos los mares dorados de whisky que seas capaz de tragarte.
Entonces, si le compras un trago y tenés suerte, tal vez el viejo Tom se siente al piano y cante, sólo para vos, una historia como ésta.
La Nacion
1993