jueves, 15 de febrero de 2018

0937 - Carlos Gardel - 2004 - Una Exquisita Coleccion De Su Obra 100 Por Carlos Gardel

POR PRIMERA VEZ UNA ORQUESTA TOCO EN EL AEROPUERTO DONDE SE MATO EL MUDO

Carlos Gardel sigue vivo 


En un recital conmovedor, la Orquesta del Tango de Buenos Aires actuó a metros de donde se mató el cantor. A pesar de haber transcurrido 62 años, la llama gardeliana en Medellin continúa encendida.



Asentada en el valle de Aburra, rodeada de montañas, con una vegetación que luce in­finitos tonos de verde, con sus viejas casas de estilo colonial y sus edificios modernos, Medellín -en el departamento de Antioquia- sigue siendo una ciudad apasionada por el tango. 
Ese sentimiento determinó que sus ha­bitantes vivieran como un acontecimiento el recital que ofreció la Orquesta del Tan­go de Buenos Aires en pleno aeropuerto Olaya Herrera (acaba de cumplir 50 años con ese nombre), donde se mató Carlos Gardel. La expectativa tenía absoluto fun­damento, ya que en el lugar -en aquella época era el campo de aviación de Las Playas- nunca Había tocado conjunto alguno. 
En un principio, la presentación se iba a realizar al aire libre. Pero como en Mede­llín es invierno, con una temperatura míni­ma de alrededor de 18 grados -para los ar­gentinos, un frío de juguete-, y en esos días lloviznaba a cada rato, se decidió lle­var a cabo la función en un recinto cerra­do, construido en el mismo aeropuerto, a pocos metros del sitio en el que ocurrió la tragedia de 1935. 
A las ocho de la noche, en medio de los aplausos de unas 2.000 personas, los músicos subieron al escenario en fila india. Tras las palabras de Oscar del Priore, en su condición de animador, con Raúl Gárello como director, Volver (de Gardel-Le Pera, en versión instrumental) abrió el recital, suscitando rotundas exclamaciones de aprobación. Es que los paisas (como se llama a la gente de Antioquia) se sienten más identificados con los tangos clásicos que con los modernos. 
Malevaje y Volvió una noche, ambos con la voz de Hernán Salinas, y Buen ami­go, de Julio De Caro, se entreveraron con Primavera porteña, de Piazzolla, y ¡Viva el tango!, de Garello y Ferrer. En la segunda parte, conducida por Carlos García, desfi­laron Mi Buenos Aires querido, Estudian­te, de la cosecha gardeliana, y Caserón de tejas, de nuevo con Salinas, entre otros. 
Por aquí y por allá, a lo largo del recital, se escucharon frases admirativas, prolon­gando el éxito que había alcanzado la or­questa en sus actuaciones iniciales en Bo­gotá y Cali, en el marco de su primera gira latinoamericana (que terminará en Guadalajara, México), organizada por la Secre­taría de Cultura del gobierno de Buenos Aires. Cobijados bajo la sonrisa de Gardel, los músicos argentinos habían protagoni­zado una noche impar. Los medellinenses -tangueros irredentos- disfrutaron las buenas versiones de la orquesta porteña y no ahorraron adjetivos; y efusividades. 
El cabello blanquísimo, Carlos García resumía desde sus vitales 83 años su expe­riencia de haber tocado en el aeropuerto de Medellín: “Fue algo impresionante. Sentí la misma emoción que me envolvió en el 35 cuando me enteré de la muerte de Gardel. La gente gritaba la noticia por las calles; la conmoción era tremenda”. 
A su tumo, Raúl Garello aseguró: "Es­toy en deuda con un artista enorme que me posibilitó recibir muestras inolvidables de afecto. La mano de Gardel me trajo hasta aquí. Llegué a Medellín gracias a Gardel y al tango”. 
También es gracias al Mudo que nues­tra música ciudadana continúa remando en esta dudad. Si bien el tango siempre atrapó, a sus habitantes, la muerte de Gar­del resultó el detonante de un amor sin barreras. Hoy por hoy, el fanatismo acaso no sea tan arrasador como en décadas an­teriores, según se reconoce por aquí, ya que la salsa y el merengue vienen pisando fuerte. Pero el culto por el tango sigue te­niendo muchos altares. Por ejemplo, en el municipio de Bello, a diez kilómetros del centro de Medellín, hay cerca de cincuenta bares que pasan únicamente tangos. 
En Prado, un barrio obrero de ese mu­nicipio, emerge el Café de los Angelitos, cuyos parroquianos se castigan con temas tradicionales del 40. Javier Uribe y Carlos Mario Villegas, comerciantes con medio siglo de vida sobre sus espaldas, juraban con fervor que “la vida que palpita en el tango es su imán; la verdad de sus histo­rias ejercen una gran atracción”. Mientras de fondo se escuchaba a Raúl Berón can­tando Remolinos, los hombres apuraban su copita de aguardiente. 
Alejado de esa zona, casi en el centro de Medellín, es posible encontrar el Homero Manzi, un'bar con público más selecto, en el que no faltan estudiantes universitarios. Javier Ocampo, su propietario, señala que allí “la gente viene a culturizarse con el tango. Yo intento que mi clientela no se aferre a los temas viejos, sino que aprenda a interesarse por los letristas y composito­res contemporáneos”. 
En el contexto de este panorama tan fa­vorable al dos por cuatro resulta curioso que no haya actualmente reductos en los que se baile tango. Pese a que funcionan no menos de diez academias repletas de hombres y mujeres paisas que quieren aprender a bailarlo. Por último, y como to­da ciudad que se precie, Medellín tiene sus personajes singulares. El argentino Leonardo Nieto (71) es uno de ellos. Arribó en 1960, en plan de vacaciones, y ya acusa cuatro décadas de residente. Además de regentear un restaurante, es un tenaz im­pulsor del tango. Al punto de que en fe­brero de 1973 abrió la Casa Gardeliana, instalada en el barrio Manrique: un museo con objetos y fotos del Morocho. 
Junto a Nieto aparece otro argentino pe­culiar: el bandonéonista Elíseo Márchese (77), nacido en Avellaneda, que también se vino a Medellín por un tiempito y se quedó. En la actualidad continúa dándole al fueye en cuanta reunión lo contratan y cuida la Casa Gaxdeliana, que ya está dete­riorada. El recinto ha sido cerrado, pero sus reliquias fueron trasladadas a un nue­vo museo de Gardel que pronto abrirá sus puertas en el aeropuerto Olaya Herrera. Nada se pierde, todo se transforma. 
Así las cosas, Medellín prosigue su marcha. De cara a ese tango al que siem­pre le fue fiel, cuyo centro magnético es la figura de Gardel. Un cantor fascinante al que las llamas convirtieron en leyenda.

El accidente

El 24 de junio de 1935, tras almorzar en el aeropuerto de Medellín, Gar­del y sus acompañantes treparon de nuevo al avión, que había hecho es­cala en esa ciudad rumbo a Cali. Apenas levantó vuelo, la máquina se desvió de su ruta y cayó sobre otro avión, que estaba en la pista. En el incendio que destruyó los aparatos murieron el cantor, Alfredo Le Pera, Guillermo Barbieri y Angel Riverol, del grupo de artistas, además de pa­sajeros del otro avión. Sólo se salvó fosé María Aguilar (guitarrista). 

A partir del mismo minuto de la tragedia hubo dos versiones que, con más fuerza que otras, intenta­ron explicar las causas del accidente. Por un lado se dijo que fuertes ráfa­gas de viento habían cruzado la pis­ta, desviando el avión de Gardel; también se afirmó que en el interior de la aeronave se había producido una disputa entre el cantor y el pilo­to, quien perdió el control del avión. La verdad nunca se supo. Pero esa tarde había nacido el mito Gardel.

2 comentarios:

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