martes, 26 de mayo de 2015

0729 - The Kinks - 1993 - Phobia

Londres aplaude a The Kinks

Por una vez el grupo de los hermanos Davies venció a su destino. En pleno Royal Albert Hall, presentando con éxito en su patria su último álbum “Phobia”



LONDRES.- The Kinks en el Royal Albert Hall pareciera la más sencilla de las ecua­ciones, y sin embargo... El más británico de los grupos ingleses en el más tradicional tem­plo del rock clásico, escenario de memorables recitales de los Stones, Cream y tantos más. Curiosamente, The Kinks siempre tuvieron dificultades para llenar en su país natal no ya estadios sino incluso clubes menores.
No importa que sus temas desde hace 30 años reflejen como nadie las más británicas de las costumbres, filtradas por el tamiz de la leve ironía de Ray Davies y teñidas de melan­colía, reflejando un mundo plácido que tal vez hoy sólo se encuentra en estas canciones. Desde hace muchos años, el público británico eligió dar la espalda a uno de los talentos más sólidos dentro de la musica pop: Raymond Douglas Davies, líder absoluto y núcleo de The Kinks.

Balbuceos británicos
Desde fines de 1963, cuando surgieron The Kinks, su trayectoria estuvo plagada de alti­bajos. Creado por Douglas Davies (voz, guita­rra, piano), compositor de la mayoría de los temas, y su hermano menor Dave (guitarra y voz), además de Peter Quaife (bajo) y Mick Avory (batería), The Kinks tuvieron un co­mienzo balbuceante. El fracaso acompañó sus primeros simples, hasta que el poderoso You Really Got Me (1964), verdadero prenun­cio del heavy metal, llamó la atención del pú­blico y la crítica. Pronto se sucedieron una memorable seguidilla de temas que describieron, en forma entre irónica y realista, él mundo del Swinging London y los mods, quienes pronto adoptaron a la banda. Así, en Dedicated Follower of Fashion registraron burlonamente la obsesión del mundo de la moda juvenil, regida entonces desde Camaby Street. En Waterloo Sunset (1967), en cambio, Ray Davies describió con moderno romanti­cismo un amor adolescente, maravillosa­mente ambientado en el fascinante Londres de aquellos años. Y hasta allí los acompañó su público, el público inglés.
Brillantes álbumes conceptuales, como Village Green Preservation Society o la pionera opera-rock Arthur, aunque reconocidos por la crítica, fueron ignorados por los compra­dores de discos en Gran Bretaña.
Sólo gracias al publico norteamericano, que descubrió a The Kinks a partir de 1970, con éxitos como Lola o Apeman, logró el grupo subsistir, llenando estadios y gra­bando discos a lo largo de dos décadas.
Ahora en 1993,. The Kinks (de la formación original sólo subsisten los hermanos Davies) decidieron jugarse el todo por el todo y comenzar su gira europea, en la que presenta­rán su último LP, Phobia, nada menos que en el Royal Albert Hall. Una apuesta fuérte, ya que muy pocos críticos hubieran pensado que The Kinks podían reunir por sí solos la cantidad de público necesario para llenar el teatro. Afortunadamente, esta vez, los cono­cedores se equivocaron.

It’s show time
Una fría tarde de julio, desde las 18 (el recital estaba anunciado para las 19.30), un pe­queño grupo de fans se agolpaba frente a la puerta N° 1, tradicional entrada de artistas" del Royal Albert Hall. Todos esperaban lo im­posible, un autógrafo de Ray Davies, genial, impredecible y volátil en escena y fuera de ella. Por supuesto, sólo su hermano, el más gentil y abierto Dave Davies, accedió firmar unos pocos autógrafos mientras que Ray pasó como una exhalación firmando sólo al­gunos brazos y sacos. No importa, los fans si­guieron allí.
Los fans de The Kinks no serán legión en Inglaterra, pero sí son absolutamente incon­dicionales y están deseosos de ver a la “más grande banda de rock del mundo”, como reza el cupón del club oficial de seguidores que in­vita a comprar el último disco del grupo.
El público de The Kinks muestra un predo­minio de treintañeros y cuarentones que si­guen al grupo fielmente desde hace muchos años. Algunos ya compraron la remera nueva que reza “The Kinks. Phobia Tour 1993”.
Alrededor de las 21, luego de una demole­dora espera y de tener que soportar a un me­diocre cantante folk de acento irlandés que se permitió burlarse de las estrellas de la noche, el verdadero concierto comenzó. Ante un tea­tro casi completamente lleno, inclusive en su pista central (donde se puede escuchar de pie el recital y bailar todo lo que se quiera), The Kinks hicieron su entrada recibidos por una estruendosa ovación.
El escenario, austero para un recital de rock, está sólo decorado por un gran telón que reproduce la tapa de su LP Phobia, cuenta con un estupendo equipo de sonido y casi nada más. Como todo grupo iniciado en la primera mitad de los sesenta, The Kinks no necesitan de humos ni de efectos fantasmagó­ricos para electrizar al público; les basta con su cóctel infalible de pasión y talento.
Desde un comienzo, Ray Davies atrae la atención. Flaco, nervioso en extremo, animal escénico desde su mirada increíblemente sar­cástica hasta los estudiados movimientos de sus delgadas manos, dignos del más rancio music hall. A un costado del escenario, un plomo le prepara una hilera de guitarras Gibson, que cambia luego de cada tema, lo mismo que su ropa. Dominando a la multitud con la palma de la mano, se permite descor­char una cerveza mojando hasta las más lejanas filas de su público. Las complicidades abundan, con una multitud que atesora en su memoria cada frase escrita por este geniecillo peculiar, a la vez irónico y melancólico.
Su hermano Dave, en cambio, es la base musical del grupo (quinteto en esta ocasión). Con los años se ha convertido en un sólido guitarrista con un estilo cortante y poderoso.
Un viejo colaborador del grupo, Jim Rodford, se luce desde el bajo. The Kinks dedican la primera parte del recital a la presentación, de los temas de su último álbum: Phobia. Así se suceden la melódica y nostálgica Still Searching, la urgencia rockera de Scattered, la infaltable fábula de la soledad en las grandes ciudades en Only A Dream y la desgarradora fuerza del propio Phobia. Este no será el gran álbum de los Kinks, pero al menos es digno, tiene sus momentos y no huele a estafa como todos los registros recientes de viejos grupos, que sólo vuelven al estudio de grabación para poder pagar sus piscinas y mansiones en Beverly Hills.

Los grandes clásicos
Pero donde el recital se vuelve inolvidable es en el momento en que The Kinks comien­zan a recordar su repertorio clásico. Si Lola produce un estremecimiento en el estadio, el espíritu burlón de Dedicated Followers of Fashion, el tono nostálgico de Days, o el eterno romanticismo de Waterloo Sunset encienden la llama de la multitud, que baila hasta en las galerías más altas y oscuras del Royal Albert Hall.       
Luego de dos horas de recital,, y cuando cualquier grupo se hubiera ido a casa, The Kinks, de la mano de su incomparable maes­tro de ceremonia, vuelven para un bis que re­sulta media hora más de espectáculo. Los cor­tantes y urgentes compases de You Really Got Me, en una memorable versión, dieron paso a temas clásicos como David Watts o la incomparable burla ecológica de Apeman. Cuando hasta el más fanático de los segui­dores de los Davies se ha resignado al final del show, The Kinks vuelven para el último tema.
Primero Ray Davies se permite una estu­diada ofensa. Aparece vestido con un saco con la bandera norteamericana, que el esta­dio abuchea estruendosamente. Luego de una pausa de silencio, se quita el saco, lo da vuelta y se lo vuelve a poner. Esta vez la prenda luce una inmensa Union Jack que el público ovaciona. Extraña broma para un grupo que vive hace años del mercado norteamericano. Pero no importa, ya están The Kinks haciendo su tema de despedida, una vibrante versión de Twist and Shout que todo el estadio coreó y bailó hasta el delirio.
Una noche memorable llega a su fin. The Kinks lograron revivir, con su vigente ta­lento, el fantasma sensual de los sesenta y ya una multitud se dispersa por Kensington Road, mientras un padre y sus hijos adoles­centes arrancan un poster de presentación del grupo. Al día siguiente, como corres­ponde, la prensa británica ignorará este espe­cial éxito de la banda.
No importa. Los que estuvimos allí guarda­remos el secreto. Por unas pocas horas, The Kinks triunfaron en su propio país.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Hola buenas tardes..... Muchas gracias por visitar nuestro blog....Ojala disfrutes....Si es de tu parecer ser seguidor te agradecemos que te incorpores como tal....que lo disfrutes....

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