La Opinión
CULTURAL
LITERATURA - ARTES - ESPECTACULOS
Buenos Aires, domingo 25 de junio de 1972
Un Texto desconocido de Leopoldo Marechal.
Martin Fierro. O el arte de ser Argentinos y Americanos
Un par de
aniversarios de signo diferente — 1972 es el centenario de la publicación del
Martín Fierro; mañana, 26 de junio, se cumplen dos años de la muerte de
Leopoldo Marechal— justificarían plenamente la publicación del texto que estas
líneas preceden. Se trata de una conferencia sobre el libro inmortal de José
Hernández que el autor de Adán Buenosayres pronunció a comienzos de 1955 por la
entonces Radio del Estado La tituló Simbolismos del Martín Fierro y hoy, 17
años después, es un material desconocido e inhallable.
Pero hay un
tercer motivo, el más importante, que empujó la edición de estas palabras de
Marechal: su vigencia. A un siglo de distancia, el poema de Hernández sigue
siendo visto, con actitudes distintas, a través de un cristal de clase. No hace
dos semanas, Jorge Luis Borges —también conferenciando— precisó: "Nuestra
historia es mucho más compleja que las vicisitudes de un cuchillero de 1872,
aunque esas vicisitudes hayan sido contadas de un modo admirable".
Donde
Marechal encuentra un vasto bosque de símbolos profundos.. Borges —ese
sutilísimo interpretador de las mayores oscuridades de !a poesía sajona de!
siglo XII— apenas halla que: "Si la mayoría de los gauchos hubiesen
procedido como Martín Fierro, entonces no tendríamos historia argentina, no
habría podido llevarse a cabo ninguna de las victoriosas guerras que hemos
mencionado, ni la orgranizadón del país ni siquiera los gauchos hubieran podido
pelear con la partida, ya que la partida estaba compuesta de hombres no menos
gauchos que ellos, y creo que pensar que, de algún modo, Martín Fierro nos
simboliza, es un error, ya que Martín Fierro corresponde a un tipo de gaucho, y
este país ciertamente no fue obra de gauchos. Los gauchos no habrán pensado en
una revolución, en organizar e! país y, sobre todo, no hubieran compuesto la
literatura gauchesca (….)”.
Es poco
interesante desenredar la serie de avenidas históricas que Borges enreda a
capricho. Olvidando a los gauchos de Güemes, sín los cuales "no tendríamos
historia argentina", por ejemplo. O fingiendo ignorar que el poema de
Hernández es producto de la llamada "organización del país" — y no
del país previo,, de 1810 en adelante — , es decir, de su conversión en campo
de Inglaterra por los hacendados locales. En cambio, es preciso reconocer que
Borges tiene razón es honrado, cuando dice: "Creo que hemos confundido el
mérito estético del Martín Fierro que, ciertamente, es grande, con el hecho de
suponer que ese libro nos representa". Cuando Borges dice "nos"
— implícita o explícitamente— está, desde luego, pensando en su clase, la que "organizó" el país.
Tiene razón, es honrado, entonces,
cuando añade: "Quizá Martín Fierro sea estéticamente — pero sólo
estéticamente— superior a la obra de Sarmiento (Civilización y Barbaríe) pero creo que pensar que nosotros
estamos representados por un gaucho desertor, es totalmente Imposible". En
efecto: la clase que Borges interpreta — los hacendados de entonces, los de
hoy— no está representada por un gaucho desertor: es la clase que los produce,
cuando "organiza" el país según sus intereses propios.
"Creo que debemos deslindar dos
cosas —insistió Borges hace 15 días — , entre los méritos líricos, a veces
elegiacos, del poema, que son ciertamente extraordinarios, y la idea de pensar
que ese poema nos representa. Yo, personalmente, no me siento representado por
ningún gaucho, y menos por un gaucho matrero.
No hay ninguna razón para que ocurra
esto". Y es cierto: no hay ninguna razón para que a él le ocurra esto. Pero
donde Borges —llevado por el subjetivismo de clase— supone mal, es cuando
agrega: "Supongo que lo mismo les pasará a ustedes". No, Eso no le
pasa a la mayoría del país, a la mayor parte de los argentinos. No le pasaba a
Marechal, y su texto lo explica convenientemente.
Con la prosa sedeña que suele practicar,
Borges completó, en segunda etapa, una operación intelectual que comienza
despojando al Martín Fierro de representatividad, tanto para
"nosotros" como para "ustedes": "El destino de un
gaucho soñado por Hernández —dijo— seguirá acompañándome hasta el fin. Será un
destino siempre vivido, porque los sueños son más vividos de lo que, no sé por
qué, se llama realidad". O sea: Martín Fierro no sólo no nos representa:
además es un sueño, no existe.
Para Marechal, en cambio, esa obra es
"la materia de un arte que nos hace falta cultivar ahora como nunca: el
arte de ser argentinos y americanos". Marechal piensa que Martín Fierro
personifica a una mayoría que la clase que "organizó" el país marginó,
confinándolo — confinándola—- al desierto. Que, a su regreso, la aparentemente
descolgada aparición de los hijos de Fierro simboliza una constancia: que el
país sigue enajenado. Piensa que el misterioso final de La Vuelta —Fierro, sus
dos hijos y el hijo del sargento Cruz desparramándose "a los cuatro vientos"
para realizar una promesa que "no la puedo decir,/pues secreto prometieron"—
implica una misión: los cuatro personajes se van a los cuatro puntos cardinales
de la patria para producir "el rescate del ser nacional". ¿De qué ha
desertado, entonces, Martín Fierro? De un destino de enajenación. ¿Qué busca,
entonces, Martín Fierro? Un destino de liberación.
De ahí su vigencia. De ahí la vigencia
del texto de Marechal.
Juan Gelman
“UN MENSAJE
LANZADO A LO FUTURO”
Lo que voy
a intentar en esta disertación no es la tarea de profundizar los estudios de un
Martín Fierro circunscripto a sus meros valores literarios Por fortuna, la obra
de José Hernández tiene hoy un lugar de privilegio en los programas oficiales
de literatura, y una bibliografía cuyo volumen, riqueza y minuciosidad parecerían
constituir un desagravio al menosprecio y al olvido en que la crítica erudita
mantuvo al poema durante muchos años.
Nuevas
lecturas del Martín Fierro, últimamente realizadas a la luz de una ‘‘conciencia
histórica” que se nos viene aclarando a los argentinos desde hace varios
lustros, hicieron que yo considerase al poema, no ya en tanto que “obra de
arte", sino en aquellos valores que trascienden los límites del arte puro
y hacen que una obra literaria o artística se constituya en el paradigma de una
raza o de un pueblo, en la manifestación de sus potencias íntimas, en la imagen
de su destino histórico.
Las grandes
epopeyas clásicas están en esa línea o en ese linaje de obras. ¿El poema de
José Hernández tiene, por ventura, esa capacidad de trascendencia?
Si
demostramos que la tiene, los profesores de literatura ya no vacilarán en la
especificación del "‘género” a que pertenece la obra gaucha. Y entonces el
Martín Fierro no sólo constituirá para nosotros la materia de un arte
literario, sino la materia de un arte que nos hace falta cultivar ahora como
nunca: el arte de ser argentinos y americanos.
El Martín
Fierro de José Hernández constituye un milagro literario. Y tomo la palabra
“milagro” en su cabal significación de “un hecho libre”, que se da súbitamente
fuera y por encima de las leyes naturales y de las circunstancias ordinarias.
Ubiqúese al
Martín Fierro en la literatura nacional de su época, y se lo verá surgir,
monumento grave y solitario, entre las simples, bien que auténticas, formas de
la poesía folklórica, o entre las no auténticas ni simples formas de una poesía
erudita que, presa ya de un complejo de inferioridad que gravitaría largamente
sobre las virtualidades creadoras del país, dedicaba sus empeños a la mimesis
del romanticismo francés a del pseudo clasicismo español.
De naides
sigo el ejemplo,/ naide a dirigirme viene/ yo digo cuanto conviene/ y el que en
tal güeya se planta,/ debe cantar, cuando canta,/ con toda la voz que tiene.
Sin
complejo ninguno, “con toda la voz que tiene”, Martín Fierro se parece bastante
a un hecho libre de la literatura nacional, producido, como todo milagro
aleccionador, en el instante justo en que se lo necesitaba, es decir, cuando la
nueva y gloriosa nación, habiendo nacido recién de la guerra, como todo lo que
merece vivir, debía reclamar con las obras su derecho a la grandeza de los
libres, tal como había reclamado su derecho a la existencia en la libertad.
Yo diría
que ese derecho a la grandeza de los libres sólo puede reclamarse de una
manera: con grandes actos de merecimiento. Y el poema de José Hernández,
inusitado en su monumentalidad, es un acto de merecimiento y una invitación a
la grandeza, cumplidos en el alborear de una patria que puede, quiere y debe
merecer su futuro.
He aquí el
primer enigma y la primera lección de Martín Fierro, en tanto que obra del
arte, Y digo el primer enigma, porque, a partir de su nacimiento, otros dos
enigmas han de acompañar al poema en la difusión de su mensaje: el primero se
refiere al modo y al campo singularísimos de su difusión inicial; el segundo a
las primeras interpretaciones del poema. Y estos dos enigmas ya no se vinculan
al Martín Fierro en tanto que obra literaria, sino a la naturaleza de su mensaje.
Hay, pues,
en el Martín Fierro un mensaje lanzado a lo futuro. Más adelante se verá cómo
el poema también insinúa “una profecía” concerniente al devenir de la nación.
El preludio de la obra, en cada una de sus dos partes, es demasiado solemne,
demasiado reiterador, y no parecería convenir a un simple relato de infortunios
personales: Vengan santos milagrosos,/ vengan todos en mi
ayuda,/ que la lengua se me añuda / y se me turba la vista; / pido a mi Dios
que me asista / en una ocasión tan ruda.
Tal es la
invocación que hallamos en el introito de la Primera Parte. En el preludio de
la segunda, Martin Fierro dice: Siento
que mi pecho tiembla, / que se turba mi razón; / y de la vigüela al son /
imploro a la alma de un sabio, / venga a mover mi labio / y alentar mi corazón.
O esta
misteriosa advertencia: Y el que me quiera enmendar,/ mucho tiene que
saber; / tiene mucho que aprender / el que me sepa escuchar; / tiene mucho que
rumiar / el que me quiera entender.
Y en esta desproporción evidente que
hallamos entre las advertencias de los preludios y el sentido literal de la
obra, nos parecería vislumbrar el anuncio de un sentido simbólico que será necesario
rastrear en adelante.
...Pero
,¿cuál es el mensaje de Martín Fierro? ¿Y a quién va dirigido? Si damos en la
contestación de la segunda pregunta, daremos también en la contestación de la
primera.
—Entonces,
¿a quién va dirigido el mensaje de Martín Fierro? —Va dirigido a la conciencia
nacional, es decir, a la conciencia de un pueblo que nació recién a la vida de
los libres y que recién ha iniciado el ejercito de su libertad.
—¿Y por qué
necesita un mensaje la conciencia de la nación?
—Porque la
nación, desgraciadamente, no se ha iniciado bien en el ejercito de su libertad
recién conquistada. Y no se ha iniciado bien, porque ya en los primeros actos
libres de su albedrío, ha comenzado ella la enajenación de lo nacional en sus
aspectos materiales, morales y espirituales. Esto que podríamos llamar “una
tentativa de suicidio precoz”, iniciado por el ser nacional en la segunda mitad
del siglo XIX, es un drama histórico que muchos han denunciado y cuyo estudio
sería útil profundizar, sobre todo en la dirección de los “responsables’'.
Martín
Fierro, ubicado en esa mitad segunda del siglo de la libertad, es un mensaje de
alarma, un grito de alerta, un “acusar el golpe”, nacido espontáneamente del
ser nacional, en su pulpa viva y lacerada, en el pueblo mismo, el de los
trabajos y los días.
Tal es el
mensaje de Martín Fierro: una lección de audacia creadora, sí, pero también un
estado del alma nacional en el punto más dolorido de su conciencia.
El mensaje
se dirige a todos los argentinos. Pero ¿quiénes lo escuchan? Y aquí se nos
presenta uno de los dos enigmas a que me referí anteriormente: el que atañe a
la difusión inicial de Martín Fierro.
Por
aquellos días el país cuenta ya con una clase dirigente y con una clase
intelectual. No me incumbe a mi el juicio de aquellas dos clases y el de la
obra que desarrollaron; es una empresa que corresponde a nuestra Historia Política
y a nuestra Historia de la Cultura respectivamente. Lo que necesito señalar es
el hecho incontrovertible de que, con la acción de aquellas dos clases
dirigentes, se inicia ya la enajenación o el
extrañamiento del pais con respecto a sus valores espirituales y materiales.
Martín Fierro, pletórico de su mensaje alarmado, sale recién de la imprenta y
busca los horizontes de su difusión.
Y entonces, ¿qué sucede? Las dos clases
de élite a que acabo de referirme, o lo ignoran o lo aceptan como “un hecho
literario” que gusta o que no gusta; el mensaje dramático del poema no puede
llegar a la clase dirigente, que sufre ya una considerable sordera en lo que
atañe a la voz de lo nuestro, ni puede hacerse oir de la clase intelectual, que
ya busca en horizontes foráneos la materia de su creación y su meditación. En
abono de lo que acabo de afirmar, recuérdese que, hasta no hace mucho tiempo,
los intelectuales argentinos dejaron caer sobre el poema de José Hernández el
silencio de la incomprensión o del desdén, un silencio que nos asombra todavía.
Yo he
conocido cantores / que era un gusto el escuchar, / mas no quieren opinar; / y
se divierten cantando; / pero yo canto opinando, / que es mi modo de cantar.
“Y se
divierten cantando”. ¿Alusión irónica de José Hernández a los intelectuales de
su época? No lo sé. Pero ¡qué bien encaja en esa sextina la primera acepción del
verbo “divertir”, en el sentido de “distraer”!
¿Cuál era,
pues, la única órbita de acción que a Martín Fierro le quedaba? La del pueblo mismo
cuyo mensaje quería transmitir el poema. Y entonces ocurre lo enigmático: el
mensaje desoído vuelve al pueblo de cuya entraña salió. En sus modestas
ediciones, en sus cuadernillos humildes, en su papel magro y en su seca
tipografía misional, el gaucho Martín Fierro vuelve a sus paisanos: es una
Vuelta de Martín Fierro que no ha escrito José Hernández y que, sin embargo, es
realmente la primera vuelta de Martín Fierro. _
—¿Para qué
vuelve a su origen ese mensaje no escuchado?.
—Para
mantenerse allí, vivo y despierto como una llama votiva.
—Sí, pero
una llama votiva requiere una imagen de veneración a quien alumbrar. ¿Y cuál
era esa imagen?
—Era la
imagen del “ser nacional” que alguien olvidaba o perdía o enajenaba.
—¿Y la
llama votiva?
—Era un
voto secreto, la promesa de un “rescate”, o el anuncio y la voluntad de una
recuperación.
Toda esa
materia oculta en su filón enigmático ya está en las sextinas de José
Hernández. Y lo demostraré luego, cuando me refiera yo al sentido simbólico del
poema. Entre tanto, Martín Fierro se abre un camino en la conciencia popular;
abandonó la urbe y ha regresado a la tierra, porque: El campo
es del inorante, / el pueblo del hombre estruido; / yo que en el campo he nacido
/ digo que mis cantos son / para los unos... sonidos, / y para
otros...intención.
Sus
ediciones están en las pulperías y en los abigarrados almacenes de campaña,
entre los tercios de yerba mate y las bolsas de galleta dura, los dos alimentos
del paisano; y es justo que Martín Fierro esté allí porque también él es un
alimento. O está en el recado del jinete pampa, entre los bastos y el
cojinillo; y es natural que Martín Fierro esté allí, porque también él es una
prenda del trabajo criollo.
Después,
los años corren. Y de pronto Martín Fierro es traído a la ciudad. ¿Qué pasa? El
desterrado héroe de José Hernández ha de comparecer ante el tribunal de la
crítica erudita. ¡Bien! ¡Es un acto justiciero! Algunos entusiastas aplauden;
algunos descontentos gruñen, abandonando un instante la región mamaria de las
Academias.
No es mi
propósito censurar el esfuerzo crítico de tantas buenas voluntades como las que
se pusieron entonces al servicio de la causa Martín Fierro. Sólo diría yo en
este punto, y en tono elegiaco: “¡Ay del espíritu de literatura!”. Porque la
letra mata.
Y en los primeros juicios de Martín
Fierro se da el otro enigma: no es ya el de la sordera intelectual, sino el de
la incomprensión, ingenua por parte de unos, deliberada por parte de otros;
porque hay entonces en el país no pocas inteligencias que saben la verdad de
Martín Fierro, pero que no desean el triunfo de aquella verdad. Cierto es que
las circunstancias de enajenación u olvido con respecto al ser nacional y a sus
intereses vitales, no sólo perduraban en el pais, sino que se habían agravado,
merced a las corrientes cosmopolitas (inmigratorias o no) cuyo flujo había
cubierto nuestro limo natal y añadía nuevos factores de confusión al problema
de aclarar lo nuestro. El poema de José Hernández no fue entendido cabalmente
por su crítica inicial; y no será entendido por ninguna que desvincule al
Martín Fierro de su misión referente al ser argentino y a su devenir.
La crítica
inicial a que vengo refiriéndome no dejó de abundar en matices relacionados con
el ojo del comentarista y la naturaleza de su ángulo visual.
Para el
etnógrafo, verbi gracia, Martín Fierro es el prototipo del “gaucho”, fruto de
dos razas que se han topado en la Historia; fruto híbrido que, como es de
rigor, ha heredado los defectos de las dos razas originantes y ninguna de sus
virtudes; fruto destinado, naturalmente, a desaparecer, y romántico en la
medida de su próxima defunción. Señores, yo perdono a ese linaje de crítica su
fabulosa ingenuidad: lo que no le perdono es el torrente de mala literatura que
nos trajo después, como natural consecuencia.
Para el
crítico sociólogo, Martín Fierro es también un tipo racial de transición. Pero
en este caso no se detiene el crítico en la naturaleza transitoria y por ende
romántica del personaje, sino en sus características de hombre inadaptado a la
Civilización, en sus perniciosas rebeldías contra las instituciones que rigen
al país, en su desapego al trabajo, en su espíritu de vagancia, en su fruición
por el homicidio. En aquella época, la mística del “progreso indefinido” está
en su auge y perfuma todas las almas de buena voluntad: se está montando en el
pais la usina del Progreso, con mayúscula, y el gaucho Martín Fierro es un
desertor de la usina, una hostilidad militante, lo que hoy se llamaría “un
elemento de perturbación”.
A la luz de
semejante doctrina, tomó cuerpo la leyenda negra del “gaucho”, que con tanta
injusticia y en el transcurso de tanto tiempo gravitó sobre los hombres de
nuestro paisaje.
Sin
embargo, como adelantándose al riesgo de aquel malentendido, el gaucho Fierro
había enunciado sus virtudes de trabajador, su concepto del orden en la
familia, su piedad religiosa: todo ese estilo de vivir se había dado ya para él
en otros días que Fierro evoca nostálgicamente en la primera parte de su relato:
Yo
he conocido esta tierra / en que el paisano vivía / y su ranchita tenía / y sus
hijos y mujer../ Era una delicia el ver / cómo pasaba sus días.
Y más adelante dice: Tuve en
mi pago en un tiempo / hijos, hacienda y mujer ;/ pero empecé a padecer, / me
echaron a la frontera /¡Y qué hiba a hallar al volver! / tan sólo hallé la
tapera./ Sosegado vivía en mi rancho / como el pájaro en su nido. / Allí mis
hijos queridos / iban creciendo a mi lao.../ Sólo queda al desgraciao /
lamentar el bien perdido.
¡Qué
alegato formidable contienen las tres sextinas que acabo de leer contra la
falsa leyenda de un gaucho “nómade”, sin instinto social, hostil a las leyes
elementales de la convivencia! ¿No se ubica Martín Fierro en la plenitud del
orden tradicional, que hace de la familia el principio y la célula de toda organización
humana? ¿Y no hace del trabajo una razón penitencial de su existencia? Veámoslo
en esta sencilla pintura de sus quehaceres: Y apenas
la madrugada / empezaba a coloriar, / los pájaros a cantar / y las gallinas a
apiarse, / era cosa de largarse / cada cual a trabajar. / Este se ata las
espuelas, / se sale el otro cantando, / uno busca un pellón blando, / éste un
lazo, otro un rebenque, / y los pingos, relinchando, / los llaman dende el
palenque. / El que era pión domador / enderezaba al corral, / ande estaba el
animal / bufidos que se las pela... / y más malo que su agüela / se hacía
astilla el bagual / Y mientras
domaban unos, / otros al campo salian, / y la hacienda recogían, / las manadas
apuntaban, / y ansi sin sentir pasaban / entretenidos el día,
Y como el trabajo penitencial da su fruto
de alegría, cuando se lo cumple frente a Dios con el ánimo limpio y la
conciencia justa, Martín Fierro exclama por fin: Aquello
no era trabajo / más bien era una junción... o
“función”, en el sentido de pasatiempo agradable.
En ese
orden tradicional vive Martin Fierro: es un hombre “afincado” en su llanura,
con el instinto de la propiedad y su posesión tranquila; centro de un hogar
cuyas responsabilidades asume con el trabajo, la vigilancia y el consejo; bien
centrado en su fe religiosa, dueño de una clara filosofía existencial que la
experiencia le ha enseñado y que lo enriqueció de aforismos.
¡Y de
pronto, la ruptura! ¿Qué ha ocurrido? Algo terrible debió suceder para que un
hombre confesor y profesor de tal estilo de vida se trocara de pronto en un
rebelde y luego en un desterrado.
¡Sí, algo
tremendo había sucedido! Y lo que verdaderamente sucedió entonces fue que “otro
estilo” de cosas había entrado en el país, y chocaba con el estilo propio del
ser nacional, y lo hería, y lo desplazaba. Frente a esa invasión, Martin Fierro
es el hombre de la “rebeldía”, porque es el hombre de la “lealtad”. ¿Lealtad a
quién? A la esencia de su pueblo, al estilo de su pueblo, al “ser nacional”
amenazado y confundido.
A mi
entender, ahí está la verdadera pista del Martín Fierro, la que yo he seguido y
me ha dejado entrever en el poema de José Hernández un sentido simbólico
paralelo del sentido literal que todos conocen y que fue hasta hoy materia de
la crítica literaria.
Desde
luego, no es menester que José Hernández haya tenido el propósito claro de dar
a su poema un sentido simbólico. Basta con que la materia de su arte haya
guardado en sí la potencia del símbolo. Es presumible que ni Cervantes ni
Shakespeare tuvieron conciencia de los numerosos simbolismos que la crítica
develó más tarde en sus obras; pero ellos trabajaron con tales materias, y
precipitaron tales instancias que todo símbolo puede habitar en ellas, debajo
del sentido literal. Tal es el caso de José Hernández, que, al escribir su
Martín Fierro, obra como espiráculó del ente nacional y se hace “la voz de su
pueblo”. Vamos a ver en qué medida.
El Martín
Fierro es, como las epopeyas clásicas, el canto de gesta de un pueblo, es
decir, el relato de sus hechos notables cumplidos en la manifestación de su
propio ser y en el logro de su destino histórico. Ya se verá que la de Martín
Fierro es una gesta ad intra, vale decir, hacia adentro, que el ser argentino
ha de cumplir obligado por las circunstancias. Es la gesta interior que realiza
la simiente, antes de proyectar ad extra sus virtualidades creadoras.
Ahora bien,
toda gesta supone un héroe: ¿y quién es el héroe de Martín Fierro? En el
sentido literal es un gaucho de nuestra llanura, que responde a tales
características de nuestra evolución racial y a tales accidentes del medio en
que vive. En el sentido simbólico, Martín Fierro es el ente nacional en un
momento crítico de su historia: es el pueblo de la nación, salido recién de su
guerra de la independencia y de sus luchas civiles, y atento a la organización
de fuerzas que ha de permitirle realizar su destino histórico,
¿En qué
medida ese pueblo traduce al ente nacional? Ese pueblo se ha fogueado en la
guerra de la emancipación: ha sido el héroe de la guerra, y, por lo tanto, el
real protagonista de aquel primer acto del drama en que se juega su devenir.
Más tarde, cuando en las luchas civiles quiere perfilarse y definirse la
verdadera cara del ser nacional, el pueblo vuelve a constituirse, no sólo en el
actor, sino en el protagonista de aquel segundo acto.
Y ahora está por iniciarse el tercero.
Adviértase que el pueblo de la nación está acostumbrado ser el protagonista de su destino; y. el
tercer acto del drama és aquél donde, unido el al número de los pueblos libres,
deberá ejerecer su libertad y, sobre todo, merecerla. Porque no es libre quien
lo quiere, sino quien lo merece; y la libertad merecida y conquistada sólo se
conserva con actos permanentes de merecimiento; y el que no ha merecido su
libertad, hace mal uso de ella y la pierde.
¿Con qué
esperanza entra el pueblo de la nación en aquel tercer acto? Con la de ser otra
vez, lógicamente, su actor y protagonista. ¿Qué trae, para merecerlo? Trae una
esencia nacional caracterizada por un estilo propio del vivir, por una
tradición, por una ética del hombre, por una filosofía de la existencia. ¡Y qué
fácil es rastrear en el Martín Fierro toda esa materia de ser que el pueblo
argentino pudo arrojar entonces en la balanza del mundo!
Es,
justamente, al iniciarse la tercera jornada, cuando el pueblo de la nación se
ve frente a un hecho desconcertante para él: “alguien” ha tomado la dirección
del país; es un “alguien” que actúa en lo material y espiritual a la vez. Dije
ya que, a partir de aquel hecho, el ser nacional ha de verse distraído de sí
mismo, enajenado de su propia esencia. Dije también que, a consecuencia de tal
anomalía, un nuevo estilo de cosas reina en el país: un nuevo estilo que ha de
lanzarse agresivamente contra el estilo auténtico del ser nacional.
En el poema
de José Hernández, tal agresión se traduce por modo de símbolo y con meridiana
claridad en los infortunios del gaucho Martín Fierro, que simboliza al ente
argentino y al pueblo de la nación. Si ante los ojos de alguna crítica Martín
Fierro es el gaucho inadaptado a la sociedad, en rebeldía con sus leyes,
peligroso, indeseable, ante nuestros ojos es el símbolo de todo un pueblo que,
súbitamente, se halla enajenado de su propia esencia y, por lo mismo, hurtado a
las posiblidades auténticas de su devenir histórico.
Claro está
que Martín Fierro lucha; y es el ente argentino quien lucha en él. Pero es
derrotado al fin, y el estilo invasor contra el cual peleaba lo induce a
refugiarse en el desierto. ¿Qué significan ese viaje al desierto y su
permanencia en él? Quiere decir, simbólicamente, que, por primera vez en su
historia, el ente nacional no es el actor protagonista de su destino. Expulsado
de la escena, se convierte ahora en un lejano espectador del drama; y como el
drama que se representa es el suyo propio, el ente nacional es un atormentado
espectador de si mismo, de su enajenación y de su ausencia.
Y bien, simbólicamente hablando, el
desierto es la imagen de la “privación”. Martín Fierro, es decir, el ente
nacional, vive ahora en la privación de sí mismo en tanto que protagonista de
la patria. Pero el desierto es también la imagen de la “penitencia” en el
sentido de penar y en el de purificarse con la pena; y Martín Fierro cumple
ahora en el desierto aquel trabajo de purificación.
¿Para qué?
se me dirá. Y respondo: si el desierto, para el ente nacional, es algo así como
una “suspensión de su destino”, merced a la cual el personaje ha quedado
inmóvil y fuera de la escena, claro está que su purificación se hace con vías a
un “regreso”. ¿Regreso a qué? A a la escena de la que fue arrojado y a las
acciones del drama cuyo protagonista dejó de ser. Una Vuelta de Martín Fierro
se anuncia ya como imprescindible.
Pero antes
es necesario que Martín Fierro llegue hasta el fin de su vía penitencial; y ese
fin se da, exactamente, cuando Martín Fierro pierde a su amigo Cruz. La soledad
del personaje ya es absoluta, y se manifiesta en una total desolación de su
cuerpo y de su alma: Privado de tantos bienes / y perdido en tierra
agena, / parece que se encadena / el tiempo y que no pasara,/ como si el sol se
parara / a contemplar tanta pena.
Y dice también, refiriéndose a Cruz: En mi
triste desventura/ no encontraba otro consuelo / que ir a tirarme en el suelo /
al lao de su sepoltura.
Ese abrazarse
al suelo, como alivio unico de su "desesperanza tiene un valor de símbolo
cuya evidencia nos excusa de toda explicación.
Lo que
sucede luego es altamente significativo; hallándose Martín Fierro un día en
aquella posición de su cuerpo y en aquella desolación de su alma, oye de pronto
los lamentos de la Cautiva, y se pone de pie. Aquel acto simplísimo lo arranca
de su inmovilidad, y el espectáculo de la Cautiva martirizada por el indio lo
devuelve a la acción. ¿Por qué? Sencillamente, porque en el drama de la mujer
cautiva Martín Fierro ve de pronto el drama de la nación entera, como si aquella
mujer, en el doble aspecto de su cautiverio y su martirio, encarnara
repentinamente ante sus ojos el símbolo del ser nacional, enajenado y cautivo
como ella.
Y si Martín Fierro también es la encarnación
simbólica del ente nacional, no hay duda que, al enfrentarse con la Cautiva,
nuestro héroe se enfrenta consigo mismo y se ve a si mismo en ella, como si la
Cautiva, en aquel instante, fuese un clarísimo espejo de su conciencia. Y lo
que Martín Fierro ve ahora en aquel espejo es lo que lo decide a la acción. Su
batalla con el indio, tan minuciosamente descrita y en un son tan homérico, nos
revela desde ya la importancia extrema que José Hernández atribuye al episodio.
¿Acaso el
poeta vislumbra en él la trascendencia de un símbolo? Si no lo vislumbra, ya
estaba en los potenciales de su canto.
Lo que
podemos afirmar es que nuestro héroe, al rescatar a la mujer cautiva, empieza
ya el rescate de la Patria, y que la Patria misma es la que vuelve con él a la
frontera, y que vuelve a la acción desde su destierro, y montada en ese caballo
que será eternamente un símbolo de la traslación y del combate.
Martín
Fierro, el ente nacional, ha regresado y anda por la frontera. Es evidente que
trae un plan de acción. Pero, ¿cuál? Hernández no lo dice, aunque sugiere la
existencia de un plan, como ha de verse más adelante. Martín Fierro anda por la
frontera. ¿Qué busca? El desterrado busca noticias del mundo que abandonó hace
diez años; y en la frontera se halla con sus dos hijos. ¡Ay! El relato que de
sus vidas hacen los dos mozos enseñarán a Martín Fierro que la enajenación del
ser nacional y su ausencia del país no sólo continúan, sino que se han
agravado.
En la
historia del segundo hijo de Martín Fierro hace su aparición un personaje
novedoso, el viejo Viscacha, sobre cuyos rasgos anímicos la critica emitió ya
su dictamen. Sin embargo, y a mi entender, el viejo Viscacha no es la
manifestación de ciertos valores negativos imputables al ente nacional, sino la
expresión simbólica de aquella parte del ser nacional que, desertando su propio
estilo, se adaptaba cazurramente al estilo invasor y se hacía su cómplice. La
circunstancia de que el viejo sirviese a la “autoridad” y se hiciera el menguado
tutor del hijo de Fierro, su torpe filosofía de vencido, todo ello parece
confirmarlo, pese a la gracia que sus famosos “consejos” nos hacen todavía.
Lo cierto es
que tales noticias de la realidad nacional llegan a Martin Fierro y no parecen
influir en su propósito de acción, como no sea estimularlo. Así llega el
momento fundamental del poema; y digo fundamental porque la clave del Martín
Fierro se oculta y se revela en su despedida.
Es el
instante justo en que Martín Fierro, sus dos hijos y el hijo de Cruz van a
separarse: Y antes de desparramarse / para empezar vida nueva,
/ en aquella soledá / Martín Fierro, con pruciencia, / a sus hijos y al de Cruz
/ les habló de esta manera.
Y lo que les transmite, a modo de
consejo, es la ética del ser nacional y su filosofía del vivir, como para que
los tres basen en una y en otra su acción futura. ¿Van ellos a cumplir una acción?
Dice José Hernández, al iniciar el canto último de su poema: Después,
a los cuatros vientos / los cuatros se dirigieron; / una promesa se hicieron /
que todos debían cumplir; / mas no la puedo decir, / Pues secreto prometieron.
Los
“cuatros vientos” quieren decir los cuatros puntos cardinales de la patria. Y
los viajeros, que por extraña coincidencia son cuatro ahora (ya que el hijo de
Cruz aparece al fin con sospechosa oportunidad), se dirigen, en un orden no
menos sospechoso, al sur, al norte, al este y al oeste. Hay en aquella partida
una distribución ordenada que yo calificaría de 'misional”. Y luego, ¿cuál fué
la promesa que se hicieron y que todos debían cumplir, y cuyo secreto importaba
tanto? Sin duda, fué la promesa de guardar el secreto de una consigna
vinculada, naturalmente, a la misión que se proponían cumplir. ¿De qué misión
se trataba? A no dudar, se trataba de una misión tendiente al rescate del ser
nacional, y a su restitución al escenario de la historia, como único protagonista
de su destino.
Y en el último canto de Martín Fierro
puede rastrearse, incluso, una metodología de la acción: Mas Dios
ha de permitir / que esto llegue a mejorar; / pero se ha de recordar, / para
hacer bien el trabajo, / que el fuego, pa calentar,/ debe ir siempre por abajo.
Trabajar
“por abajo”, en el humus auténtico de la raza, con la raíz hundida en sus puras
esencias tradicionales, he ahí la metodología de su acción futura. Porque el
humus de abajo siempre conserva la simiente de lo que se intenta negar en la
superficie.
Tanta
confianza tiene su autor en el poder constructivo de la obra, que al finalizar
el canto último dice: Y en lo que esplica mi lengua / todos deben tener
fe; / no se ha llover el rancho / en donde este libro esté.
Hipérbole
que tiene algo de magia y mucho de profecía.
Por todo
ello, la profundización de los estudios martinfierristas constituye hoy una
empresa obligatoria de los argentinos. Al cumplirla, puede ser que José
Hernández, el postergado y el no entendido, nos pueda sonreír desde sus bienes
merecidos laureles.
Leopoldo Marechal
El Gaucho Martin Fierro
MH-401-1
01 - Aqui Me Pongo A Cantar 5:17
02 - Ninguno Me Hable De Penas 4:19
03 - Tuve En Mi Pago En Un Tiempo 6:40
04 - Vamos Dentrando Recien 5:45
MH-402-1
Atencion Pido Al Silencio 4:40
Triste Suena Mi Guitarra 4:15
Nos Retiramos Con Cruz 6:50
Aquel Bravo Compañero 8:38
LA VUELTA DE MARTIN FIERRO
MH-401-2
De Carta De Mas De Via 4:20
Una Vez Que En Un Boliche 3:50
Matreriando Lo Pasaba 5:40
Ya Veo Que Somos Los Dos 5:22
MH-402-2
Dende Ese Punto Era Juerza 2:20
Y Mientras Que Tomo Un Trago 3:39
El Rigor De Las Desdichas 8:45
Un Padre Que Da Consejos 8:25
Directed By [Direccion General] – José Castro Volpe
Ensemble [Fondos Musicales] – Roberto Grela Y Su Conjunto De Guitarras
Lyrics By – José Hernández
Music By [Música] – Héctor Ayala*, Roberto Grela
Other [Director De Grabación] – Iván Mera
Other [Viejo VIscacha] – Pascual Naccarati
Performer [2º Hijo de Fierro] – Luis Medina Castro
Performer [Martin Fierro] – Francisco Petrone
Producer [Produccion Artística] – José Antonio Vázquez
Technician [Director Técnico] – Carlos Dicciani
La lámina que Ilustra el presente abum fue realizada especialmente por Carlos Castagnino
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