SE ABRIRA EN VIENA UN CENTRO CON LA TOTALIDAD DEL LEGADO ARTISTICO DEL GENIAL COMPOSITOR
El gran museo de Schoenberg
Sus obras, la biblioteca personal, pinturas y otros objetos, conforman su maravillosa herencia cultural. Una universidad de Los Angeles, ciudad donde Schoenberg murió en 1951, reclama este material.
E1 próximo 15 de marzo se abrirá en el palacio Fanto de Viena el nuevo centro Arnold Schoenberg (1874-1951), que albergará la totalidad del legado del compositor austríaco.
Forzado en 1933 a emigrar a los Estados Unidos debido a la represión cultural desatada por el régimen nazi, el creador de la técnica dodecafónica murió en Los Angeles 18 años más tarde.
Según una nota de la agencia EFE firmada por Joaquín Rábago, una variadísima gama de documentos y objetos integran el legado procedente de la Universidad del Sur de California (USC) en Los Angeles. Su valor se estima actualmente en unos sesenta millones de dólares, toda una paradoja para un músico que hizo de la austeridad económica un signo distintivo de su vida.
La ciudad de Berlín, donde también residió el músico, disputó sin éxito a Viena, ciudad natal del compositor y escenario de algunos de sus escandalosos estrenos, la tenencia de la maravillosa colección estadounidense.
Finalmente fueron los herederos de Schoenberg, particularmente su hija Nuria Schoenberg-Nono, quienes decidieron que el legado sea depositado en Viena, lo que dio lugar a algunas críticas de la prensa estadounidense: el diario Los Angeles Times, por ejemplo, habló de ingratitud de la familia para con la ciudad que los acogió.
“Si ello fuera como dice ese diario, (según el cual el legado de Schoenberg forma parte de la herencia cultural de los Estados Unidos), la ópera Moisés y Arón pertenecería a los españoles, porque mi padre la compuso en la ciudad de Barcelona. Pero creo que es todo lo contrario: la Universidad del Sur de California desaprovechó el material que en su momento le entregamos”, afirmó ayer Nuria Schoenberg-Nono en declaraciones al diario Der Standard, de Viena.
Este comentario, sin embargo, no alcanza a desmentir la inmediata inserción y acogida que el ilustre exilado tuvo en Estados Unidos. Quedan en la memoria menuda los partidos de tenis que jugó con George Gershwin, sus clases gratuitas al compositor John Cage “a condición de que se dedicara exclusivamente a la música" y las propuestas que rechazó de Hollywood para musicalizar películas, a pesar de contar entre sus alumnos locales a varias figuras de la composición músical cinematográfica. !
Nuria dice haberse decidido finalmente por Viena por tratarse de la ciudad natal de Schoenberg: "Mi padre proviene de una tradición judío-austríaca. Y creo que es muy importante para la joven generación musical europea recuperar esa parte de su historia”.
El caso de Nuria representa un extraño vínculo, más allá de lo artístico, entre el gran protagonista de la Escuela de Viena y el futuro de la creación musical europea. En efecto, la hija de Schoenberg es la ex esposa del gran compositor italiano Luigi Nono, uno de los máximos nombres de la escritura musical de la segunda mitad del siglo, en una era en que, por acción o reacción, la obra y las ideas del creador y pensador vienés conservan un peso determinante.
“Schoenberg guardaba absolutamente todo: desde cualquier tipo de apuntes hasta los billetes de los tranvías. Para mí, todo ese material es su auténtica patria, porque son cosas que siempre llevó consigo", afirmó su hija. Schoenberg fue no sólo un compositor genial y revolucionario -el dodecafonismo es uno de los descubrimientos capitales de la música del siglo XX y es paralelo al movimiento abstracto en pintura de su amigo Vasily Kandinski-, sino que fue un gran coleccionista.
En su legado figuran manuscritos musicales de todas las épocas, desde sus comienzos hasta los de sus obras más famosas como la ópera Moisés y Arón, las Gurre-lieder, la obra coral Friede auf Erden (Paz en la Tierra) o la partitura de su impresionante Un superviviente de Varsovia, compuesta en los Estados Unidos.
Tambiétn se conservan programas de conciertos, recortes de periódicos, facturas, vestimentas, documentos sonoros con su voz y su inconfundible acento vienés; billetes y pasaportes de distintas épocas, certificados escolares y de vacunaciones, numerosas cartas, muebles, así como parte de su fantástica obra pictórica, entre ellas el Autorretrato azul y los decorados de Erwartung.
Dentro de las iniciativas destinadas a conservar su legado figura la reconstrucción completa y fiel de su cuarto de trabajo en su museo vienés.
De su biblioteca cabe destacar la primera edición del libro El doctor Fausto, de Thomas Mann, con dedicatoria del autor, que se inspiró precisamente en el compositor para esa gran obra, así como la partitura de director de Gustav Mahler de la Novena de Beethoven, con anotaciones personales de aquél.
El legado, que se guardaba desde 1973 en el Amold Schoenberg Institute, dé la Universidad del Sur de California, incluye también numerosos manuscritos de otros compositores como el de Um Mitternacht, de Mahler, o el Concierto de camara de Alban Berg. Las cenizas de Schoenberg, fallecido el 13 de julio de 1951 en Los Angeles, reposan en una tumba dedicada a su memoria en el cementerio central de Viena.
El Nuevo Orden Musical
Antes de sus primeras composiciones en estilo atona! libre, como las Tres piezas para piano op. 11 o las Canciones sobre poemas de Stefan George, Schoenberg compuso obras tan significativas como el sexteto Noche transfigurada, los Gurre-lieder o el Cuarteto con soprano. Noche transfigurada, que está basada en un poema de Richard Dehmel, lleva el programa del poema sinfónico al formato de la música de cámara. Es sin duda una de sus obras más populares y aceptadas.
El período atonal libre presenta una riqueza excepcional. Allí figuran sus Cinco piezas para orquesta op. 16, en la tercera de las cuales Schoenberg pone en práctica la idea de una melodía de timbres. La pieza consiste en un único acorde de cinco sonidos que va siendo relevado por distintos instrumentos. Si por melodía entendemos una línea que mantiene el mismo timbre y cambia las alturas, piensa el compositor, por qué no imaginar melodías en las que cambia el timbre y se mantiene la altara. Esta sencilla idea es una revolución en la historia musical.
El dodecafonismo, surgido en los años 20, pretendió establecer un orden y un principio universal dentro del universo atonal. El uso rotativo y constante de la serie de doce sonidos garantiza teóricamente la no repetición y, por lo tanto, la pérdida de las jerarquías tradicionales entre los distintos sonidos de la escala. Es una especie de democratismo de los sonidos, si bien la sujeción constante a una misma serie tiene también un aspecto fuertemente compulsivo. Sus dos últimos cuartetos, el Trío para cuerdas, la extraordinaria ópera Moisés y Arón, entre muchas otras grandes obras, emplean esta técnica.
Un Archivo Cultural De La Humanidad
Bien mirado, no deja de ser curioso que el legado completo de Arnold Schoenberg haya permanecido en Los Angeles durante más de cuatro décadas sin que aparentemente Viena disputase su tenencia ya que ese legado constituye, sin exagerar, uno de los mayores símbolos o archivos culturales de que dispone la humanidad.
Es cierto que Viena no valoró debidamente a Schoenberg en su momento, aunque esas cosas siempre ocurren. Eso no habla mal de Viena sino bien de Schoenberg; no describe necesariamente una supuesta pacatería vienesa sino el radicalismo del músico.
Ese legado seguramente debe ser bastante exótico, ya que Schoenberg era un maniático de los objetos y también un inventor: inventó, entre otras cosas, el "ajedrez de cien”, con 20 piezas de cada lado, y un instrumento de medición óptica bastante sofisticado. En los años 20 ya había inventado una revolucionaria técnica de composición, el dodecafonismo. No era como el ajedrez de cuarenta piezas. Schoenberg tenía plena conciencia de que ese invento tenía la forma, la necesidad y la lógica de un descubrimiento: “He ideado un sistema de composición que garantizará la supremacía de la música alemana por cien años”, dijo el músico a su discípulo Joseph Rufer en 1923.
Era la construcción que sobrevenía a una gran demolición: la demolición del sistema tonal clásico. En 1908 Schoenberg había compuesto las Tres piezas para piano op. 11, las primeras piezas escritas sin armadura dé clave, es decir, sin una tonalidad específica. Schoenberg consiguió compensar toda la pérdida de referencias armónicas con la fuerte presencia de unos pocos motivos constantemente variados. No se escuchan las cadencias ■ armónicas tradicionales, pero se escucha un trabajo motívico de tipo beethoveniano.
Esa música es calificada de atonal, aunque Schoenberg prefirió hablar de una tonalidad suspendida, de una emancipación de la disonancia, y argumentó que esa suspensión era un desarrollo lógico de la música. Aun cuando vivió en oposición a todas las instituciones musicales de la época, Schoenberg no planteó las cosas en términos de oposición sino de una continuidad profunda, que se percibiría como tal en el futuro: "Las disonancias de hoy son las consonancias del mañana... Las disonancias son consonancias más distantes... Oponer consonancia y disonancia es tan estúpido como oponer el número 2 al número 10.”
Pero nadie por entonces pensaba que esa música expresase alguna forma de continuidad, salvo sus discípulos Alban Berg y Anton Webem,
En verdad la música de Schoenberg no está menos ligada al futuro que al pasado. Hoy es fácil apreciarlo. El dodecafonismo, que el autor calificó sintéticamente de "método de composición con doce sonidos, con la sola relación de uno con otro", es entre otras cosas una profunda reelaboración de las viejas formas de variación contrapuntística y de la tradición de la sonata.
Ese método, aun sin ser usado en forma directa, modeló buena parte de la fisonomía musical del siglo XX. Y especialmente la estadounidense. Aun- .que su legado vuelva a Viena, la presencia de Schoenberg nunca se borrará de los Estados Unidos. Al llegar a Nueva York Schoenberg pudo haber dicho, como antes Freud a un compañero de barco en relación con el psicoanálisis: “Estoy trayendo la peste.”
Federico Monjeau
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