Elmer Bernstein, Royal Philarmonic
Orchestra / Bernard Herrmann Film Scores “From Citizen Kaine to Taxi Driver”. MILAN
MUSIC. Citizen Kaine (Prelude, The Inquirer, Finale, End Cast)/ The
devil and Daniel Webster (The devil's concerto)/ The man who knew too much (Cantata)/
Psycho (Prelude, The murder, Finale)/ The wrong man (Prelude)/ Vértigo (Scene
d'Amour)/ Noth by Nothwest (Prelude)/ The bride wore black (Prelude, Femme
fatale, The accident, Love and death, Funeral, Finale)/ Fahrenheit 451 (Finale:
The book people)/ Taxi driver (Prelude, Blues, Night prowl, Bloodbath, Finale)/
Bernard Herrmann on film music (Interview).
Personal: Royal Philharmonic Orchestra; The Ambrosia
Singers & Claire Henry -mezzo soprano- en Cantata; David Roach -saxo alto-
en Taxi Driver.
Llevado de la mano por el incipiente
director cinematográfico Orson Welles, Bernard Herrmann llegó a Hollywood -y
por extensión a la música para películas- en 1939. Juntos habían colaborado en
las producciones radiofónicas que el Mercury Theatre ponía al aire por ese
entonces y, muy especialmente, en “La Guerra de los Mundos”(versión radial de
la novela de H.G. Wells) recordado programa que en su primera emisión desató
el pánico y la desesperación entre la audiencia y culminó con un gran
escándalo nacional que le proporcionó a Orson el espaldarazo publicitario que
le abriría paso hacia el cine.
Conrad, Welles se puso a trabajar en el
proyecto de lo que sería su primera película,”Citizen Kaine”(“El ciudadano”)
considerada por muchos como el mejor film de la historia del cine. Una
consideración subjetiva, claro está, aunque avalada por cientos -o miles- de
encuestas realizadas desde su estreno.
El CD en cuestión contiene una selección
de temas ordenados cronológicamente. Como no podía ser de otro modo, la recorrida
comienza, precisamente, en “Citizen Kaine”. Para la mayoría de las escenas de
este film (excepto en la ópera y el “finale”) Herrmann recurrió a una agrupación
de vientos reducida e instrumentos como el vibráfono (bastante exótico para
la época en ese contexto) desafiando a los almibarados arreglos para grandes
orquestas que eran el paradigma musical del Hollywood de entonces.
Pero no fue sólo esa su osadía.
Influenciado por su propio trabajo en la radio, y en lo que a mi entender es
una manera muy creativa de afrontar un terreno desconocido, el viejo Bernard
apeló a su experiencia en este campo, resolviendo la continuidad de ciertas
planos mediante recursos típicos de la radiofonía. Un claro ejemplo son las
escenas del desayuno de Kaine con su primera esposa, y la evolución en la
tirada del periódico Inquirer, en las que el paso del tiempo está resuelto con
una maestría extraordinaria, reforzando el dinamismo implícito en el montaje
(hecho por el otro maestro). Lamentablemente, estos pasajes no están
incluidos en el disco, pero si lo está el “finale”, la música que acompaña aese
monumental plano de grúa que culmina con el célebre trineo “Rosebud"
arrojado al fuego.
Entender el protagonismo musical en cine
como una perfecta integración a las imágenes ha sido uno de los rasgos geniales
de este compositor. Como el propio Herrmann lo cuenta, “Psicosis” de Hitchcok
“era una película en blanco y negro, hecha con una gran economía de recursos”.
Su interpretación de este ascetismo consistió en una banda de sonido
interpretada solamente por un conjunto de cuerdas. Lo reducido del ensamble
logra un clima cerrado, sofocante, distinto al que hubiera consegui- con el
dinero de la oficina (“prelude”) son, además de un clásico, la consumación
musical de la neurosis.
Además de Welles y Hitchcock (se suman la
wagneriana escena de amor de “Vértigo” y el impresionante tema de apertura de
“Intriga Internacional”) los otros cineastas que están presentes en el disco
son Truffaut y Scorsese. El francés mediante el score que Herrmann compuso
para ese policial maravilloso llamado “La novia vestía de negro” (interpretado
en pantalla por Jeanne Moureau) y el norteamericano con la música de su film
“Taxi Driver”. Ambas obras están presentadas en forma de suite, con sus
diferentes motivos hilvanados como una sola composición.
Cuando Scorsese preparaba la nueva
versión de “Cape Fear” (“Cabo de miedo”) en 1992, le confió al compositor y
director Elmer Bernstein la adaptación de la música que Bernard Herrmann había
hecho para el film original. Ese fue el comienzo de una larga revisión de su
obra y del proyecto de llevar al disco esta especie de homenaje a “uno de los
más auténticos genios de la música en el cine” según palabras de propio Bernstein.
La interpretación orquestal es impecable,
aunque su dirección le imprime, por momentos, una carga dramática un poco exagerada
y rimbombante, llevando los temas a un efectismo que no lente, sin dudas)
contrasta seriamente con las músicas originales, la mayoría de ellas grabadas
en condiciones precarias, antes de los '60 (“Citizen Kaine” es del '40). Desde
ese punto de vista, estas grabaciones son muy superiores en fidelidad, presencia
e imagen sonora, lo cual, probablemente, las haga más adecuadas para
audiófilos que para melómanos. Una selección de los temas que Herrmann dirigió
y grabó para algunos films de Hitchcock, fue editada hace unos años por Melopea
y sirve para que los curiosos y/o cinéfilos comparen por si mismos y saquen
conclusiones.
El disco cierra con un fragmento de
entrevista en la que puede escucharse al propio Bernard decir cosas
comoesta”... una película esta hecha por segmentos que luego son puestos
juntos mediante el montaje... la función de la música es pegar estas piezas
dentro de un sólo diseño, para que los espectadores puedan sentir que la
secuencia es fluida. Esta es una de las paradojas de la música para cine: una
música correctamente usada puede ser muy pobre en su calidad y ser efectiva y
otra, de magnífica calidad, no funcionar en absoluto”.
Más allá del valor que la música para
films pueda tener fuera del cine, este CD es un buen testimonio de una época en
la que los sonidos formaban parte de una manera de sentir, pensar v concebir
el arte cinematografico. Algo que ultimamente esta quedando fuera de foco.
Carlos Pages
Revista La Contumancia
Nro 7. Noviembre de 1996